TRANSMISIÓN 004
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Transmisión 004

Transmisión 004

Fecha: 04.01.2189 Hora: 01:28

La sensación no se va. Se aferra a mí como el moho a las paredes de los niveles inferiores, como la desesperación a las almas de esta ciudad moribunda. Observado. No es solo paranoia inducida por la visión o el shock del símbolo. Es real. Lo siento en la estática que eriza mi piel, en el silencio que grita en mis oídos, en la forma en que las sombras parecen alargarse y retorcerse justo en el borde de mi visión. Alguien está aquí. O algo. Y sabe.

Levanto la vista lentamente, intentando que el movimiento parezca casual, aunque cada fibra de mi ser quiere encogerse, esconderse, desaparecer. Las hileras de estanterías se pierden en la oscuridad superior, un laberinto vertical de metal oxidado y conocimiento muerto. Millones de historias olvidadas, secretos enterrados, vidas reducidas a polvo y tinta descolorida. Y entre ellas, ahora, una amenaza invisible.

Nada. No veo nada fuera de lo común. El Scriptorium Magnus, en su gloria decrépita y silenciosa. Casi vacío a esta hora del ciclo. Solo un par de archiveros somnolientos en terminales distantes, encorvados sobre sus pantallas, probablemente perdidos en algún registro fiscal arcano o en las últimas dosis de estimulantes baratos para mantenerse despiertos. Ajeno a mi pequeña crisis existencial. Ajeno al hecho de que acabo de abrir una puta caja de Pandora cósmica. O quizás no tan ajenos. En Oakhaven, nunca se sabe quién escucha, quién informa. La paranoia es un mecanismo de supervivencia tan vital como respirar el aire filtrado.

Pero la sensación persiste. No es una mirada humana. Es demasiado fría, demasiado paciente. Calculadora. Como una araña esperando en su tela. Siento su peso invisible sobre mis hombros, la presión de su atención enfocada. ¿Es uno de los Cultores? ¿Han sido tan rápidos? ¿O es algo más? ¿Algo atraído por la perturbación que causé al tocar el Eco del mapa, al recibir esa... respuesta?

Me obligo a actuar con normalidad. Normalidad. Qué concepto tan extraño en este lugar. Recojo el estilo de hueso de la mesa. Mi mano tiembla visiblemente. Patético. Intento volver al facsímil, a la transcripción. Como si pudiera simplemente seguir trabajando después de haber visto el vacío entre las estrellas y haber encontrado un símbolo herético grabado por una entidad desconocida en un artefacto milenario. Mis dedos no obedecen. Están rígidos, fríos. Mi mente está en otra parte, perdida en el terror y las especulaciones.

El símbolo en el mapa original parece pulsar. No con luz, sino con una energía oscura, una vibración sutil que siento a través de la mesa. Es una invitación silenciosa, una promesa de poder y conocimiento prohibido. O una trampa mortal. Probablemente ambas cosas. ¿Quién lo puso allí? ¿Quién sabía que un Resonante como yo acabaría tropezando con este mapa específico, en este momento específico? ¿Es el destino? ¿Una coincidencia cósmica? ¿O una manipulación cuidadosamente orquestada? Las preguntas se agolpan en mi cabeza, ahogando cualquier intento de concentración.

Y entonces, rompiendo el silencio cargado, oigo pasos.

No son los pasos arrastrados y cansados de los archiveros habituales, acostumbrados a moverse entre las estanterías como fantasmas polvorientos. No. Estos son diferentes. Firmes. Rítmicos. Con la cadencia regular de botas reglamentarias sobre metal desgastado. Acercándose por el pasillo principal que conduce a mi sección, a mi cubículo. Demasiado firmes. Demasiado deliberados. El sonido de la autoridad. El sonido de problemas.

El pánico, que había estado burbujeando bajo la superficie, me atenaza la garganta con garras heladas. Mi corazón da un vuelco doloroso. Miro frenéticamente a mi alrededor. Mi cubículo. Paredes bajas, diseñadas para la supervisión constante, no para la privacidad o la defensa. Una mesa, una silla, estantes llenos de herramientas de transcripción obsoletas y referencias olvidadas. Ningún lugar donde esconderse. Ninguna salida, excepto el pasillo por donde vienen los pasos. Estoy atrapado. Como una rata-tuerca en una jaula.

Los pasos se detienen. Justo al doblar la esquina de mi sección. Contengo la respiración, cada músculo tenso. El silencio se estira, pesado como plomo fundido.

Y entonces, emergen de las sombras. Dos figuras.

Altas. Impasibles. Vestidas con los uniformes grises y sin rostro de los Ejecutores del Archivo. La fuerza de seguridad interna de Oakhaven. Los perros guardianes de la burocracia. Los conocemos por otro nombre en los niveles inferiores, susurrado con miedo y resentimiento: los "Silenciadores". Un nombre ganado a pulso por su brutal eficiencia en sofocar disturbios, en "contener" Ecos problemáticos, y en hacer desaparecer a Resonantes como yo que ven o saben demasiado.

Sus rostros están ocultos tras visores opacos de color negro azabache. No reflejan nada. Probablemente incorporan escáneres de Ecos, sensores térmicos, quién sabe qué otra tecnología de vigilancia diseñada para desnudar tus secretos más profundos. Sus manos enguantadas descansan casualmente sobre las culatas de las porras sónicas que llevan al cinto. Armas diseñadas no solo para romper huesos, sino para desestabilizar Ecos, para infligir dolor psíquico. Herramientas perfectas para tratar con "Resonantes problemáticos".

No dicen nada. Simplemente se quedan allí, bloqueando la única salida. Sus posturas son relajadas, pero irradian una amenaza contenida, una violencia latente lista para desatarse a la menor señal. Son depredadores pacientes, seguros de su presa. La sensación de ser observado se intensifica hasta convertirse en una certeza sofocante, casi física. Ya no es una mirada invisible y calculadora. Es la mirada directa, implacable, de aquellos que tienen el poder de borrarte de la existencia.

Saben.

La palabra resuena en mi mente con la fuerza de una sentencia de muerte. De alguna manera, saben lo que ha sucedido. Saben de la visión. Saben del símbolo. Quizás no entiendan la magnitud cósmica de todo ello –dudo que estos matones a sueldo piensen más allá de sus órdenes– pero saben que algo ha pasado. Algo fuera de lo normal. Algo que requiere su intervención. ¿Cómo? ¿Tienen sensores que detectaron la oleada de energía psíquica? ¿Algún supervisor paranoico los llamó? ¿O... la mirada que sentía antes... eran ellos? ¿Observándome, esperando el momento adecuado?

El aire se vuelve denso, difícil de respirar. El silencio se carga de una electricidad palpable. El tiempo parece ralentizarse. Cada segundo es una agonía. Espero que hablen, que me acusen, que me den una orden. Pero siguen allí, inmóviles, silenciosos. Dejando que el miedo haga su trabajo. Desgastándome. Recordándome mi impotencia. Es una táctica psicológica tan vieja como la opresión misma, y jodidamente efectiva. Siento cómo mi determinación se resquebraja, cómo el pánico amenaza con ahogarme. Quieren que me rompa. Quieren que confiese. Quieren que les facilite el trabajo. Pero, ¿confesar qué? ¿Que he visto el corazón de una entidad cósmica devoradora de mundos? ¿Que he recibido un mensaje de un culto nihilista a través de un mapa milenario? Me encerrarían en la sección de recalibración más profunda antes de que pudiera terminar la frase. O me "archivarían permanentemente" en el acto.

No. No puedo decir nada. Tengo que mantener la calma. Tengo que encontrar una salida. Pero no hay salida. Solo ellos. Los Silenciadores. Y la oscuridad infinita de los archivos detrás de ellos. Mi mundo se ha reducido a este cubículo claustrofóbico y a la certeza de un final inminente y desagradable. La estática del universo no solo ha sintonizado mi frecuencia, ha enviado a sus cobradores.

ID de Transmisión: 004