TRANSMISIÓN 1
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Transmisión 1

Transmisión 001

Fecha: 01.01.2189 Hora: 19:13

Otro ciclo termina, o empieza, ¿quién puede decirlo con certeza bajo el parpadeo errático de estas malditas luminarias arcanas? El tiempo aquí abajo, en el Nivel Archivístico 7-Gamma del Scriptorium Magnus, no fluye, se filtra. Se estanca como el agua pútrida en los niveles inferiores. La lluvia ácida sigue tamborileando contra el vitral blindado, un siseo constante que se mezcla con el zumbido de baja frecuencia de la maquinaria olvidada y el coro silencioso de los muertos. Siempre los muertos. Susurran en el polvo, en el óxido, en la estática que impregna este maldito lugar. Oakhaven, la Ciudad-Archivo. Más bien la Ciudad-Osario. Construida sobre capas de olvido, cada nivel un estrato más de fantasmas y desesperación acumulada.

Afuera, imagino el neón de los niveles superiores reflejándose en los charcos venenosos. Una promesa de color en un mundo ahogado en la mierda gris y la decadencia. Aquí dentro, solo hay olor a papel viejo, a polvo de siglos que se te mete en los pulmones y en el alma, y ese hedor acre a ozono quemado que emanan las luces inestables. Dicen que son tecnología arcana, reliquias de la Era del Fulgor. Para mí, son solo otra fuente de migraña y un recordatorio constante de que todo en esta ciudad está roto, a punto de fallar. Como yo.

Mi mano tiembla. Intento trazar una línea sobre el facsímil de vitelo, una copia barata de piel antigua diseñada para durar más que nosotros, pobres diablos. La punta del estilo de hueso –heredado, dicen, de algún cartógrafo loco cuyo Eco todavía chilla en los rincones cuando cree que nadie escucha– raspa la superficie. No es el material. Es ella. La estática. La que emana de ese maldito fragmento de mapa original que tengo al lado. Una carta celestial de antes de la Cacofonía, de cuando las estrellas eran diferentes, o eso dicen los textos fragmentados. Patrones alienígenas, una cosmología borrada a propósito. Siempre borrando cosas aquí. Es lo que mejor hacen.

Mi trabajo. Qué ironía. Transcribir lo que se desvanece para que pueda ser olvidado en un estante más profundo. Simple, ¿verdad? Copiar líneas, glifos arcanos que nadie entiende realmente. Sería simple si no fuera por esta maldición que llaman "sensibilidad". Resonante. Así nos llaman los burócratas con sus ojos cibernéticos desactualizados y su paciencia inexistente. Resonante. Carne de cañón psíquica para lidiar con los documentos que gritan.

Y este mapa grita. Joder que si grita. No con sonido, no. Es una presión detrás de mis ojos, una vibración que me hace rechinar los dientes hasta que duelen. Es un zumbido fantasma de maquinaria imposible en los bordes de mi audición, un sabor metálico a miedo rancio que se pega en la garganta. La estática no es solo un concepto abstracto para mí, es una agresión física, mental. Patrones de interferencia que bailan en mi visión periférica, como insectos hechos de luz corrupta.

Me froto las sienes. El dolor es una presencia constante, un compañero fiel en este mausoleo de información muerta. Tres ciclos estándar llevo con este fragmento. Tres ciclos de sentir cómo esta cosa me drena, me desgasta. Cada hora es peor. La estática se intensifica, se vuelve más... personal. Como si supiera que estoy aquí, como si se resistiera a ser copiada, a ser domesticada.

Los supervisores. Engranajes grises en la gran máquina de Oakhaven. Solo ven números, cuotas de transcripción. Un retraso es un demérito, una marca negativa en mi expediente ya de por sí lamentable. "¿Problemas, Resonante Silas?" Su voz sintética, desprovista de cualquier emoción humana. No entienden. No quieren entender el peaje. Para ellos, somos herramientas defectuosas, propensas a fallos psíquicos. Si nos rompemos, simplemente nos reemplazan. Hay muchos desesperados en los niveles inferiores dispuestos a vender su cordura por unos créditos.

Y los créditos. Siempre los créditos. Necesito pagar la cuota del habitáculo en el Nivel Residencial 12-Beta. Un agujero húmedo y superpoblado, pero es un techo. Y necesito las pastillas. Las supresoras. Mi ancla a la poca cordura que me queda. Las que silencian los gritos más fuertes por la noche, las que me permiten dormir sin que los Ecos de masacres olvidadas o desesperaciones individuales me desgarren los sueños y me dejen temblando en la oscuridad, bañado en sudor frío. Sin ellas... bueno, sin ellas acabaría como Kaito. Otro Resonante que "sufrió una sobrecarga". Lo encontraron balbuceando en un rincón, los ojos en blanco, perdido en algún infierno personal del que nunca regresó. Archivados permanentemente, nos llaman. Qué puto eufemismo.

Así que vuelvo al mapa. A la sección dañada. Líneas quemadas, glifos borrosos como si alguien hubiera intentado borrarlos con fuego o energía. El epicentro de la estática. El punto donde el Eco es una daga clavándose en mi cerebro. El "Corazón Vacío", lo llamaban en la antigüedad. O "La Cicatriz Donde Sangran las Estrellas". Poético y jodidamente aterrador. Típico de la Era del Fulgor. Construían maravillas y horrores con la misma facilidad.

Respiro hondo. El aire viciado raspa mis pulmones. Huele a desesperación antigua y a químicos de preservación baratos. Tengo que terminar esto. Ignorar el dolor, ignorar los susurros, ignorar la sensación de que algo en ese mapa me está mirando, evaluándome. Solo trazar las líneas. Una curva aquí, un ángulo allá. Ganar mis créditos. Comprar mis pastillas. Sobrevivir otro ciclo en esta ciudad vertical que nos devora lentamente desde abajo hacia arriba, o desde arriba hacia abajo, ya ni lo sé. Solo sé que estoy atrapado en medio, en el purgatorio polvoriento del Nivel 7-Gamma, transcribiendo los secretos de un universo muerto mientras el mío se desmorona a mi alrededor. Solo un poco más, me digo. Solo un fragmento más. Pero la estática parece reírse. Sabe que es mentira. Sabe que esto es solo el principio. Y tiene hambre.

Transmisión recibida: 4/17/2025

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