La criatura avanza hacia Scrappy, indefensa en el hielo. El tiempo parece ralentizarse. Tomo mi decisión. La locura parece la única opción.
Cierro los ojos, ignorando el frío que me quema los pulmones, ignorando el miedo que me atenaza. Me concentro con una intensidad que nunca antes había alcanzado, enfocando toda mi voluntad, toda mi resonancia, en el Eco del tanque de refrigerante cercano. Siento su poder latente, su inestabilidad inherente, la cicatriz psíquica del desastre que ocurrió aquí hace siglos. Es una energía fría, volátil, como un depredador dormido.
Y esta vez, no tiro suavemente. No intento controlarlo. Hago lo contrario. Tiro con todas mis fuerzas. Vierto mi propia resonancia –mi miedo por Scrappy, mi furia contra la criatura, mi desesperación– en ese Eco latente. Intento despertarlo. Agitarlo. Desestabilizarlo desde sus cimientos arcanos. Empujo, empujo con mi mente, buscando el punto de ruptura.
Siento una respuesta inmediata, una conexión aterradora con la energía contenida. El enorme tanque metálico emite un gemido agudo y prolongado, un sonido de metal torturado que resuena en toda la cámara. La gruesa capa de escarcha que lo cubre se agrieta visiblemente, como la cáscara de un huevo a punto de romperse. Una presión interna inmensa parece acumularse en su interior. Un frío antinatural, mucho más intenso que el de la cámara, emana del tanque, tan potente que duele respirar incluso a distancia. El aire a su alrededor parece ondular y distorsionarse.
La criatura reptiliana, que estaba a punto de atacar a Scrappy, se detiene bruscamente. Parece sentir el peligro inminente. Se gira lentamente, sus múltiples ojos negros fijos en el tanque que gime. Emite un siseo agudo, esta vez no de hambre, sino de alarma genuina. Retrocede instintivamente un paso sobre el hielo.
Demasiado tarde.
Con un estruendo ensordecedor que ahoga cualquier otro sonido, el tanque revienta.
Pero no es una explosión de fuego y metralla. Es una explosión de frío absoluto. Una onda de choque de temperatura bajo cero y energía arcana pura estalla desde el tanque roto, expandiéndose radialmente por toda la cámara a una velocidad increíble.
El aire frente a la onda de choque se cristaliza instantáneamente, formando una nube brillante y efímera de partículas de hielo. El hielo en el suelo se engrosa y agrieta bajo la presión del frío extremo. Las tuberías gigantes cercanas, incapaces de soportar el cambio de temperatura repentino, se congelan y revientan con sonidos secos y agudos, lanzando fragmentos de metal helado.
La criatura reptiliana, atrapada en el centro de la explosión, es golpeada de lleno por la onda de choque de frío arcano. Emite un chillido agudo y antinatural, un sonido que se corta abruptamente mientras la escarcha blanca cubre su cuerpo instantáneamente. En una fracción de segundo, queda congelada en el sitio, una estatua grotesca de hielo y quitina, sus mandíbulas abiertas en un grito silencioso, sus garras a medio camino de un ataque que nunca completará.
Yo estoy más lejos, pero el borde de la onda de choque me alcanza. Siento un frío tan intenso que me quema la piel expuesta y los pulmones como si hubiera inhalado fuego líquido. El mundo parece ralentizarse hasta detenerse, los sonidos se amortiguan, mi visión se nubla. Un temblor incontrolable se apodera de mi cuerpo. Mis rodillas ceden y caigo al hielo, luchando desesperadamente por mantenerme consciente, por respirar el aire cristalizado.
He detenido a la criatura. Pero el poder que he desatado... es aterrador.
Transmisión recibida: 4/17/2025
ID: 130