TRANSMISIÓN 18
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Transmisión 18

Transmisión 018

Fecha: 18.01.2189 Hora: 09:51

No hay tiempo que perder. El sonido de botas pesadas sobre metal es inconfundible y peligrosamente cercano. Mis perseguidores están aquí, barriendo la planta industrial. La caseta, mi breve santuario, pronto será descubierta. La barra metálica que atranca la puerta no los detendrá por mucho tiempo.

Con el mapa mental de la ruta hacia la Red de Sombra grabado a fuego en mi cerebro –o eso espero–, desatranco la puerta con un chirrido lastimero. El metal frío de la barra se siente pesado en mis manos. La dejo caer al suelo con un ruido sordo que me parece ensordecedor en la quietud expectante.

Me deslizo fuera de la caseta, volviendo a la penumbra opresiva de la planta de procesamiento abandonada. El aire aquí es más espeso, cargado con el olor químico y el hedor a descomposición que la caseta blindada mantenía a raya. El datapad apagado es un peso muerto en mi bolsillo, una promesa de escape mezclada con la agria incertidumbre de haber confiado en los Mecanistas. Echo una última y fugaz mirada hacia la caseta oscura. La Brújula sigue allí, un punto azul pálido en la oscuridad, un faro abandonado. ¿La recogerán los Mecanistas? ¿O todo fue una elaborada farsa para obtenerla y dejarme morir aquí? No puedo pensar en eso ahora. La supervivencia primero.

Consulto el mapa mental. Salir, girar a la izquierda. Evitar el tanque gigante. Recuerdo la advertencia del medidor de radiación, la demostración de "buena fe" de los Mecanistas. Me mantengo alejado de la base del coloso metálico, bordeando una pila de maquinaria oxidada y tuberías caídas. Aunque no puedo verla ni sentirla, sé que la radiación arcana residual del Flujo Cero está ahí, una amenaza invisible y persistente. Gracias a los Mecanistas, al menos, he esquivado esa bala.

El mapa indicaba una escalera de mantenimiento que subía a las pasarelas elevadas, cerca de una serie de condensadores reventados. Los veo a lo lejos, cilindros metálicos deformados por alguna sobrecarga antigua. Me dirijo hacia allí, mis botas hundiéndose ligeramente en el sedimento pegajoso que cubre el suelo. Los Ecos industriales me rodean de nuevo, el chirrido fantasmal de engranajes, el silbido de vapor inexistente, el murmullo ahogado de trabajadores muertos hace mucho. Un coro de miseria mecánica que parece amplificarse con cada paso que doy hacia las entrañas de esta fábrica muerta.

Encuentro la escalera. Es una estructura metálica estrecha y oxidada, aferrada a la pared como una costilla expuesta. Los peldaños parecen peligrosamente corroídos, cubiertos de una capa de óxido escamoso que se deshace al tacto. ¿Aguantará mi peso? El mapa no mencionaba la integridad estructural de la escalera, solo su ubicación. Otro riesgo calculado. O no tan calculado.

Comienzo a subir, probando cada peldaño con cautela antes de confiarle todo mi peso. El metal cruje y gime bajo mis botas. Siento cómo la estructura entera vibra precariamente. Un par de peldaños se doblan alarmantemente, pero no ceden del todo. Me agarro a los pasamanos fríos y ásperos, rezando a cualquier dios olvidado de la ingeniería para que la escalera no elija este momento para rendirse a la entropía.

Finalmente, llego a la cima. Estoy en una pasarela metálica, una estrecha franja de rejilla suspendida a unos diez metros sobre el suelo oscuro y cubierto de sedimentos. Desde aquí arriba, la planta industrial se revela en toda su escala infernal. Un paisaje de pesadilla hecho de metal muerto, sombras profundas y silencio opresivo. Las enormes cubas y tanques se alzan como monolitos dedicados a algún dios industrial olvidado y vengativo. Las pasarelas y tuberías se entrecruzan en ángulos imposibles, perdiéndose en la oscuridad superior donde las pocas luces de emergencia parpadean como estrellas moribundas.

El aire aquí arriba es ligeramente más claro, menos cargado del hedor del suelo, pero el olor químico persiste. Y los Ecos... los Ecos industriales parecen seguirme, resonando en la estructura metálica, un zumbido constante en mis oídos y en mi mente. El chirrido, el silbido, el murmullo... y esa corriente subterránea de sufrimiento silencioso.

Empiezo a avanzar por la pasarela. La rejilla metálica cruje y se comba bajo mis pies a cada paso. Tengo que sortear secciones donde la rejilla ha cedido, dejando agujeros que dan al vacío, o donde marañas de cables y tuberías caídas bloquean parcialmente el camino. La oscuridad es casi total aquí, lejos de las luces de emergencia. Saco el medidor de radiación por si acaso, pero las lecturas siguen siendo bajas. El peligro aquí no es arcano, es físico. Un paso en falso, un trozo de metal que cede, y la caída sería fatal.

Y luego está la advertencia del mapa. "Nido de Cosechadores de Quitina" más adelante. Criaturas que consumen metal. No sé qué son, pero el nombre es suficiente para erizarme el vello de la nuca. Tengo que estar alerta. Cada sombra, cada sonido...

El sonido de botas corriendo sobre metal abajo. Mis perseguidores. Han encontrado la caseta. O quizás simplemente están barriendo la zona metódicamente. No importa. Están cerca. Tengo que seguir moviéndome. Rápido, pero con cuidado. La Red de Sombra espera. Si es que consigo llegar hasta ella.

Transmisión recibida: 4/17/2025

ID: 18