Nos movemos por las calles laterales silenciosas, buscando un edificio que ofrezca alguna apariencia de seguridad. La mayoría de las entradas principales de las grandes torres están bloqueadas por escombros derrumbados o selladas con antiguas advertencias de cuarentena que parecen haber sido respetadas durante siglos. El polvo gris lo cubre todo, amortiguando nuestros pasos y creando una atmósfera irreal.
Finalmente, encontramos un candidato prometedor: un edificio residencial más pequeño, quizás de unos diez pisos, que parece un bloque de apartamentos de lujo más exclusivo. Su fachada de metal oscuro está relativamente intacta, y la entrada principal, aunque la puerta giratoria de cristal está destrozada, parece ofrecer un acceso despejado.
"Aquí", dice Scrappy, señalando el edificio. "Parece sólido. Y la entrada es más controlable que la de esas torres enormes."
Entramos con cautela en el vestíbulo. La oscuridad es casi total aquí dentro, lejos de la escasa luz ambiental de la avenida. El aire es aún más pesado, cargado de polvo y del penetrante Eco de tristeza. Pero aquí, dentro de los confines del edificio, la tristeza general se mezcla con Ecos más personales y agudos: oleadas de miedo, de enfermedad, del pánico final de los residentes atrapados aquí cuando la plaga golpeó. Tengo que reforzar mi escudo psíquico para no verme superado.
Los ascensores están, por supuesto, muertos, sus puertas metálicas cerradas como tumbas. Encontramos la caja de escaleras de emergencia, la puerta forzada y abierta de par en par. Comenzamos a subir, piso tras piso, en la penumbra polvorienta.
Cada nivel es una repetición fantasmal del anterior. Pasillos silenciosos cubiertos por una gruesa alfombra de polvo gris. Puertas de apartamentos que están cerradas herméticamente, o entreabiertas revelando atisbos de interiores saqueados o congelados en el tiempo, muebles volcados, objetos personales esparcidos. Los Ecos específicos de las vidas que una vez llenaron estos espacios son débiles, casi completamente borrados por la abrumadora nota de tristeza de la plaga, como susurros ahogados en un lamento interminable.
Subimos hasta el quinto piso, buscando un apartamento que parezca seguro y estructuralmente intacto. Scrappy prefiere los pisos intermedios: lo suficientemente altos para estar lejos del nivel de la calle, pero no tanto como para quedar atrapados si la estructura superior está dañada.
Encontramos lo que parece ideal: un apartamento de esquina. Su puerta blindada, aunque cubierta de polvo y con algunos arañazos profundos cerca de la cerradura (¿intentos de entrar o salir?), parece sólida.
"Este", decide Scrappy. "Debería servir."
Mientras yo vigilo el pasillo silencioso y opresivo, el Sintonizador barriendo constantemente en busca de cualquier señal de los 'adaptados' que nos observan, Scrappy se pone a trabajar en la cerradura. Es un mecanismo electrónico antiguo, completamente muerto. Saca sus herramientas y utiliza la fuerza de su brazo cibernético para manipular y finalmente forzar el mecanismo interno. El proceso lleva varios minutos tensos, cada pequeño clic o chirrido metálico resonando alarmantemente en el silencio sepulcral.
Finalmente, con un chasquido más fuerte, la cerradura cede. Scrappy abre la puerta lo suficiente para que entremos rápidamente. Una vez dentro, cerramos la puerta blindada y Scrappy utiliza algunas de sus herramientas para intentar bloquearla desde el interior, creando una barricada improvisada.
Estamos dentro. A salvo, al menos por ahora.
Transmisión recibida: 4/17/2025
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