Pasamos varias horas en una tregua silenciosa y polvorienta dentro del apartamento abandonado. El tiempo aquí parece no tener sentido; afuera, la luz grisácea y opaca de Oakhaven nunca cambia realmente, y dentro, el silencio solo es roto por los suaves clics y zumbidos de las herramientas de Scrappy mientras trabaja en su brazo cibernético.
Ella está completamente concentrada, reemplazando circuitos quemados con piezas de repuesto de su bolsa, reforzando actuadores que claramente sufrieron daños en nuestros encuentros anteriores. Su habilidad y precisión son impresionantes, una danza delicada entre carne y metal.
Yo, por mi parte, estoy absorto en los artefactos. El libro de los Arquitectos y la tablilla de cristal ámbar me ofrecen un océano de información críptica y fragmentada. Lucho por descifrar los conceptos de ingeniería de la realidad, resonancia armónica y llaves psíquicas, mientras el diario del erudito me ofrece un vistazo aterrador al colapso de la Era del Fulgor. El esfuerzo mental es agotador, pero siento que estoy progresando, que las piezas, aunque lentamente, empiezan a encajar.
En algún momento, hacemos una pausa. Comemos algunas de las barras de nutrientes que nos quedan, el sabor insípido y la textura pastosa un marcado contraste con las complejidades cósmicas que intento desentrañar. Bebemos agua de nuestras cantimploras, el líquido fresco un alivio momentáneo en la atmósfera cargada de polvo y tristeza.
Pero incluso durante esta pausa, no puedo relajarme por completo. La sensación de ser observado, que había notado al llegar al nivel, no ha desaparecido. De hecho, mientras Scrappy vuelve a su trabajo y yo intento reanudar mi estudio, siento que esa sensación se intensifica.
Ya no es una presencia distante y difusa en las sombras de los edificios. Se siente... más cerca. Más enfocada. Como si los 'adaptados', las criaturas que habitan este nivel, hubieran superado su cautela inicial y se estuvieran acercando, atraídos por nuestra presencia, por la luz de la lámpara de Scrappy, o quizás por la propia resonancia de los artefactos que estudio.
Intento ignorarlo, concentrarme en el libro, pero la sensación se vuelve cada vez más fuerte, más insistente. Es una presión en el borde de mi conciencia, un escalofrío que recorre mi espalda.
Entonces, el Sintonizador de Ecos en mi bolsillo vibra con fuerza. Lo saco instintivamente. La luz ámbar parpadea erráticamente, detectando múltiples firmas de Eco débiles pero definidas. Y están cerca. Muy cerca.
Justo afuera de la puerta blindada del apartamento.
Me levanto de un salto, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho, el breve respiro hecho añicos.
"Están aquí", susurro, mi voz apenas audible pero cargada de tensión. "Afuera."
Transmisión recibida: 4/17/2025
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