La pasarela metálica cruje bajo mis pies como si se quejara de mi presencia. Avanzo con cautela, agachado, usando las sombras proyectadas por tuberías retorcidas y maquinaria muerta como mi única cobertura. La oscuridad aquí arriba es casi absoluta, rota solo por el parpadeo agónico de luces de emergencia lejanas. El sonido de botas corriendo sobre metal desde el nivel inferior parece haberse alejado un poco, o quizás solo se ha perdido en la inmensidad de esta caverna industrial. Pero no puedo relajarme. Sé que están ahí abajo. Buscándome.
Y sé que hay otros peligros aquí arriba. El mapa lo advertía: "Nido de Cosechadores de Quitina". El nombre evoca imágenes desagradables, insectoides, devoradoras.
Entonces lo oigo.
Un leve rasquido. Metal sobre metal. Proviene de la oscuridad más adelante, en la dirección que debo seguir. Me detengo en seco, conteniendo la respiración, aguzando el oído por encima del zumbido constante de los Ecos industriales. Silencio. Solo el goteo lejano de algún líquido desconocido y el latido de mi propio corazón.
Luego, otro rasquido. Más cerca esta vez. Acompañado de un leve chasquido rítmico.
Me agacho aún más, casi arrastrándome. Avanzo con una lentitud exasperante, mis ojos tratando de perforar la penumbra. La pasarela dobla ligeramente alrededor de una enorme columna de soporte oxidada. Me asomo con extremo cuidado.
Y lo veo. El nido.
Es... grotesco. Una masa orgánica, pulsante, de un blanco hueso enfermizo, adherida como un tumor canceroso a la parte inferior de la pasarela y a las tuberías y vigas circundantes. Parece hecha de alguna secreción endurecida, como cemento rápido, pero mezclada con trozos de metal oxidado, cables deshilachados y otros detritus industriales, todo unido en una estructura anárquica y extrañamente organizada. Es enorme, extendiéndose varios metros a lo largo de la pasarela.
Y sobre ella, y alrededor de ella, se mueven... las cosas. Los Cosechadores.
Son del tamaño de un perro grande, pero su forma es inequívocamente insectoide, una pesadilla biomecánica hecha realidad. Múltiples patas, delgadas y articuladas como las de una araña, terminan en garras afiladas como cuchillas, que raspan y se aferran al metal con una facilidad inquietante. Les permiten moverse con una agilidad antinatural por cualquier superficie, vertical, horizontal, incluso boca abajo bajo la pasarela. Sus cuerpos están cubiertos por un exoesqueleto segmentado de color óxido, brillante y con bordes afilados como navajas. Quitina reforzada con metal, supongo. No veo ojos, solo unas largas antenas que se agitan sin cesar, barriendo el aire, probando el entorno con una sensibilidad alienígena.
Y sus bocas... o lo que sea que tengan en la parte delantera. Un conjunto complejo y horrible de mandíbulas trituradoras, piezas bucales que se mueven y chasquean rítmicamente. Están royendo activamente el metal. Veo a uno aferrado a una gruesa tubería, sus mandíbulas pulverizando el óxido y el metal sólido con una fuerza espantosa, ingiriendo los fragmentos. Cosechadores de Quitina. Consumen metal para construir sus nidos, para reforzar sus cuerpos. Son la encarnación de la entropía industrial, devorando la propia estructura que los alberga.
Hay al menos una docena visibles en la penumbra. Moviéndose sobre el nido, patrullando la pasarela, royendo las estructuras cercanas. Y probablemente hay más dentro de esa masa pulsante. Bloquean completamente mi camino. No hay forma de pasar sin alertarlos, sin enfrentarlos.
Retrocedo lentamente, el corazón martilleándome las sienes. El pánico amenaza con atenazarme. No puedo luchar contra esas cosas. Mi cuchillo sería como un palillo contra sus caparazones. Son rápidos, ágiles, numerosos y claramente agresivos si se sienten amenazados.
Necesito otra ruta. Desesperadamente.
Consulto el mapa mental. La ruta principal que me dieron los Mecanistas pasaba directamente por aquí. Pero recuerdo haber visto una ruta secundaria en el esquema. Una pasarela que corría paralela a esta, unos metros más abajo. El mapa la marcaba claramente: "ESTRUCTURALMENTE INESTABLE".
Inestable. En este entorno, eso podría significar cualquier cosa, desde unos pocos agujeros hasta un colapso total al menor peso. Es un riesgo enorme. Pero ¿es mayor que intentar pasar junto a una docena de monstruos insectoides devoradores de metal?
Tengo que decidir rápido. Oigo un movimiento metálico desde abajo. ¿Mis perseguidores subiendo por otra escalera? ¿O los Cosechadores reaccionando a mi presencia?
Retrocedo con cuidado por donde vine, hasta encontrar una escalera de mantenimiento oxidada que desciende hacia la oscuridad inferior. El mapa indicaba que conectaba con la pasarela secundaria. Los peldaños están aún peor que los de la escalera por la que subí. Parecen encajes de óxido. Pruebo el primero. Cruje ominosamente. Pruebo el segundo. Se deshace parcialmente bajo mi bota, haciéndome perder el equilibrio por un instante aterrador. Me agarro a la barandilla, que se dobla como si fuera de papel de aluminio. Consigo estabilizarme, mi corazón en la garganta. Con extrema precaución, desciendo los pocos metros hasta la pasarela inferior.
Esta es aún más estrecha que la superior. Y la advertencia de "inestable" no era una exageración. Grandes secciones de la rejilla metálica simplemente no están, revelando caídas de diez metros o más hacia la oscuridad llena de sedimentos. Tengo que avanzar con un cuidado exquisito, probando cada centímetro de rejilla antes de confiarle mi peso, a menudo teniendo que agarrarme a tuberías cubiertas de grasa o cables colgantes para mantener el equilibrio. El sudor frío me perla la frente y me resbala por la espalda, a pesar del frío metálico del ambiente. Cada crujido de la estructura es una tortura para mis nervios.
Mientras avanzo, concentrado en no dar un paso en falso hacia el abismo, oigo un fuerte chasquido metálico justo encima de mí. Levanto la vista instintivamente.
Mierda.
Uno de los Cosechadores de Quitina se ha descolgado desde la pasarela superior, usando sus garras para aferrarse a una viga. Sus antenas vibran frenéticamente en mi dirección. Me ha visto. O me ha olido. O me ha sentido.
Emite un agudo chillido metálico, un sonido que raspa los nervios como uñas en una pizarra. Es una alarma. Al instante, veo más figuras quitinosas de color óxido moviéndose en el borde de la pasarela superior, asomándose, localizándome.
El juego ha terminado. La cautela ya no sirve. Me han detectado.
El pánico, puro y primario, me impulsa. Dejo de lado la precaución y empiezo a correr. Corro por la pasarela inestable, saltando sobre los agujeros negros que prometen una muerte rápida, rezando a cualquier entidad mecánica o arcana que escuche para que la estructura oxidada aguante solo un poco más. Oigo más chillidos metálicos detrás y encima de mí. El sonido inconfundible de múltiples patas quitinosas corriendo por el metal, acercándose. Son rápidos. Jodidamente rápidos. Y pueden moverse por cualquier superficie. Me alcanzarán si no encuentro una salida. ¡Ya!
Transmisión recibida: 4/17/2025
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