TRANSMISIÓN 20
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Transmisión 20

Transmisión 020

Fecha: 20.01.2189 Hora: 10:05

Corro. El pánico es un combustible puro y ardiente en mis venas, anulando el agotamiento, anulando el miedo calculado, dejando solo el instinto primario de supervivencia. La pasarela inestable gime y se retuerce bajo mis pies martilleantes. Salto sobre agujeros negros que prometen una caída mortal, mis brazos agitándose para mantener un equilibrio precario. El metal oxidado cruje, se dobla, amenaza con ceder a cada impacto. Es como correr sobre una telaraña de acero podrido suspendida sobre el infierno.

Detrás de mí, el sonido es una cacofonía de pesadilla. El chillido agudo y metálico de los Cosechadores, multiplicado. El repiqueteo rápido y escalofriante de docenas de garras quitinosas sobre la rejilla metálica, tanto en la pasarela superior como, ahora lo oigo con horror, en la mía. Se están descolgando. Me están alcanzando. Son rápidos, implacables, máquinas de matar insectoides diseñadas para moverse en este entorno decrépito. Siento su proximidad como un frío antinatural en mi nuca.

Mis pulmones arden. Cada bocanada de aire es una mezcla de polvo, óxido y el persistente hedor químico. Mis músculos gritan protesta, llevados al límite. Pero no puedo detenerme. Detenerse es morir. Ser alcanzado por esas mandíbulas trituradoras, ser desgarrado y consumido como el metal que devoran...

El mapa mental. La ruta. ¡El conducto! Según el esquema de los Mecanistas, debería estar al final de esta maldita pasarela, donde conecta con una pared sólida de la estructura principal. Aguzo la vista, mis ojos llorosos por el esfuerzo y el polvo, tratando de perforar la penumbra parpadeante.

¡Allí! Lo veo. A unos veinte metros. Una forma rectangular oscura en la pared metálica. Una abertura. El conducto de mantenimiento. Mi única salida. Mi única esperanza.

Acelero. Ignoro el dolor en mi costado, el ardor en mis pulmones, el temblor de la pasarela bajo mis pies. Solo existe esa abertura oscura. Tengo que llegar. Tengo que llegar antes que ellos.

Oigo un chasquido más fuerte detrás de mí, seguido de un chillido particularmente agudo y cercano. No me atrevo a mirar atrás. Sé que están casi sobre mí. Siento el aire desplazado por su velocidad, el olor acre y metálico que desprenden.

Diez metros. Cinco metros. Casi estoy allí. Puedo ver los bordes irregulares de la abertura, el polvo acumulado en su interior. Un último esfuerzo desesperado.

Entonces, el mundo se inclina.

La pasarela bajo mis pies no solo cruje, grita. Un gemido metálico desgarrador, el sonido del metal fatigado rindiéndose finalmente a la gravedad y a la tensión. Siento cómo la sección de rejilla sobre la que corro cede bruscamente.

Un instante de ingravidez. De caída libre. El estómago se me sube a la garganta. El pánico se convierte en terror puro y absoluto.

Mi mano se lanza hacia adelante por puro reflejo, buscando desesperadamente algo a lo que aferrarse. Mis dedos rozan, arañan... ¡y encuentran! Agarran el borde inferior, irregular y afilado, de la abertura del conducto.

El impacto me sacude violentamente, casi dislocándome el hombro. Me quedo colgando, mis pies balanceándose inútilmente sobre el abismo oscuro que se ha abierto bajo la pasarela rota. El resto de la estructura metálica cae con un estruendo ensordecedor hacia el suelo lejano, llevándose consigo a algunos de mis perseguidores quitinosos, a juzgar por los chillidos abruptamente silenciados.

Pero no a todos.

Mientras cuelgo allí, jadeando, mis brazos gritando por el esfuerzo, veo algo caer de mi bolsillo. Algo pesado. Rectangular. El datapad. El datapad con el mapa de los Mecanistas. Golpea el borde de la pasarela rota que aún resiste precariamente cerca de mí, rebota una vez... y desaparece en la oscuridad de abajo con un ruido sordo y final.

"¡NO!", grito, mi voz ahogada por la desesperación. El mapa. Mi única ruta de escape. Perdido. Desaparecido en las profundidades.

Pero no hay tiempo para lamentarse. Oigo un chillido agudo justo encima de mí. Levanto la vista, mis ojos llenos de pánico. Un Cosechador de Quitina se asoma por el borde superior de la abertura del conducto. Sus antenas vibran frenéticamente, sus múltiples mandíbulas chasquean con anticipación hambrienta. Se prepara para saltar sobre mí, su presa colgante e indefensa.

No. No voy a morir aquí.

Con una última oleada de adrenalina nacida del terror más puro, me impulso hacia arriba y hacia adentro. Uso toda la fuerza que me queda en los brazos, en el torso. Me arrastro, me retuerzo, me meto de cabeza en la oscuridad polvorienta y claustrofóbica del conducto.

Siento el viento helado cuando las garras del Cosechador golpean el metal justo donde estaba mi mano hace una fracción de segundo. Oigo su chillido agudo de frustración mientras raspa inútilmente el borde de la abertura, demasiado grande para seguirme por el estrecho pasaje.

Me arrastro hacia adelante, desesperadamente, alejándome de la abertura, adentrándome en la oscuridad total. Solo cuando estoy a varios metros de distancia, cuando los sonidos de la criatura se atenúan, me detengo.

Me quedo allí, en la oscuridad absoluta, temblando incontrolablemente. Jadeo, intentando llenar mis pulmones con aire viciado y lleno de polvo. Mi cuerpo entero duele. Mis manos están ensangrentadas por el borde afilado del conducto. Pero estoy vivo. He escapado de los Cosechadores.

Pero estoy solo. En la oscuridad. En un conducto desconocido. Y he perdido el mapa. He perdido mi única guía.

La comprensión me golpea con la fuerza de un martillo neumático. Estoy perdido. Completamente, irrevocablemente perdido en las entrañas olvidadas del Nivel 4-Sigma. La desesperación, fría y negra, amenaza con ahogarme. ¿Qué hago ahora? ¿Hacia dónde voy? El trato con los Mecanistas, mi apuesta desesperada... todo ha sido en vano. Estoy peor que antes. Estoy ciego. Estoy atrapado.

Transmisión recibida: 4/17/2025

ID: 20