TRANSMISIÓN 22
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Transmisión 22

Transmisión 022

Fecha: 22.01.2189 Hora: 10:15

La pendiente del conducto finalmente se nivela, pero el olor dulzón y químico es ahora abrumador. Me pica en la nariz, en la garganta, y el sabor empalagoso parece cubrir mi lengua. La ligereza en mi cabeza ha dado paso a una sensación de presión sorda, como si mi cerebro estuviera flotando en un líquido espeso. Los Ecos industriales son ahora una cacofonía disonante, una música infernal reproducida al revés que parece arañar el interior de mi cráneo. Y los patrones de colores en mi visión periférica son más brillantes, más insistentes, retorciéndose como serpientes de neón en la oscuridad.

El conducto se ensancha ligeramente aquí, abriéndose a una cámara un poco más grande, quizás una unión o un punto de acceso para mantenimiento. Y aquí está. La fuente del olor. La fuente de mi creciente desorientación.

Una sustancia espesa, de un color púrpura oscuro casi negro, con un brillo aceitoso y antinatural, se filtra lentamente por una grieta visible en una tubería oxidada que atraviesa la cámara. Gotea con una lentitud viscosa, formando un charco considerable que cubre casi todo el suelo del conducto frente a mí. El charco emite débiles vapores ondulantes, casi invisibles, pero que parecen distorsionar la ya escasa luz que se filtra por alguna rendija lejana, dándole a la escena un aspecto aún más irreal y pesadillesco.

Lodo psicoactivo. No hay duda.

Contengo la respiración instintivamente, aunque probablemente sea demasiado tarde. He estado inhalando esta mierda durante varios minutos. Intento retroceder, pero el conducto por el que bajé es estrecho y la pendiente pronunciada. Subir sería difícil y me llevaría de vuelta hacia la abertura donde podrían estar esperando los Cosechadores.

El conducto parece continuar al otro lado del charco. Es mi única opción para avanzar, para intentar encontrar una salida, aire fresco. Tengo que pasar. Tengo que atravesar el charco.

Miro la sustancia púrpura con aprensión. ¿Qué es exactamente? ¿Un subproducto industrial olvidado? ¿Un experimento arcano fallido? ¿Algún tipo de organismo biológico mutante? Las historias sobre los peligros químicos de los niveles inferiores son legión, y rara vez tienen finales felices. Quemaduras. Mutaciones. Locura instantánea. Disolución.

Me arrastro hacia adelante con extrema lentitud, intentando pegarme a la pared del conducto, buscando cualquier borde seco, cualquier centímetro que no esté cubierto por el lodo brillante. Pero el espacio es demasiado estrecho. El charco ocupa casi todo el ancho.

A pesar de mis esfuerzos, mi mano derecha resbala en el polvo y se hunde hasta la muñeca en el borde del charco. La sustancia es... pegajosa. Y extrañamente cálida, como sangre recién derramada. Un escalofrío de repulsión y miedo me recorre la espalda al contacto. Siento un leve hormigueo en la piel, una sensación desagradable que se extiende por mi brazo.

Rápidamente, saco la mano, que gotea con el líquido púrpura oscuro. Intento limpiármela en mi túnica, pero la sustancia es espesa, aceitosa, y solo consigo extenderla, manchando la tela y sintiendo cómo parece absorberse parcialmente, quizás incluso a través de la tela hacia mi piel. Mi rodilla también roza el borde del charco mientras me esfuerzo por pasar. Más contacto. Más exposición.

Consigo llegar al otro lado, arrastrándome fuera del área del charco lo más rápido que puedo, alejándome de los vapores nauseabundos. Me detengo, jadeando, mi corazón latiendo con fuerza no solo por el esfuerzo, sino por el miedo a lo que acabo de tocar, a lo que he inhalado.

Los efectos se intensifican casi de inmediato. La presión en mi cabeza aumenta. La música disonante de los Ecos se vuelve más fuerte, más intrusiva, mezclándose con susurros que parecen pronunciar mi nombre. Los patrones de colores en mi visión ya no están en la periferia; ahora invaden mi campo visual, superponiéndose a la oscuridad, creando formas caleidoscópicas y perturbadoras. Siento náuseas. Mi sentido del equilibrio se tambalea, incluso estando a cuatro patas.

El lodo me está afectando. Seriamente.

Necesito salir de este conducto. ¡Ahora! Pero ¿hacia dónde? Perdí el datapad. Perdí el mapa. Estoy ciego, desorientado y mi propia mente se está convirtiendo en un enemigo. Podría estar arrastrándome en círculos. Podría estar yendo hacia un callejón sin salida. Podría estar acercándome a otro peligro aún peor.

La desesperación vuelve a atenazarme. ¿Es este el final? ¿Morir solo en un conducto oscuro, mi mente disolviéndose en alucinaciones inducidas por químicos mientras alguna criatura me encuentra y me devora?

No. Tiene que haber algo. Alguna forma.

El broche. El broche de los Mecanistas. Lo saco del bolsillo, mis dedos temblorosos apenas capaces de agarrarlo. La rueda dentada rota y el ojo me miran fijamente en la oscuridad casi total, el metal oscuro absorbiendo la poca luz y mis esperanzas. ¿Podría esto ayudarme? ¿Tiene alguna función oculta que no descubrí? Lo froto, lo presiono. Nada. Sigue siendo solo un trozo de metal frío.

Pero el Eco... recordé el Eco que sentí. Débil, pero distintivo. Fervor tecnológico. Determinación. Camaradería mecánica. ¿Podría usarlo? ¿Usar mi propia sensibilidad, mi maldición, para seguir ese Eco específico? ¿Como hice con la Brújula, pero sintonizando una frecuencia diferente?

Es una idea loca. Una medida desesperada nacida de la necesidad más absoluta. Intentar usar mi resonancia mientras mi cerebro está siendo atacado por químicos psicoactivos... es como intentar afinar un instrumento delicado en medio de un terremoto. Podría no funcionar. Podría empeorar las alucinaciones. Podría llevarme directamente a una trampa de los Mecanistas.

Pero es lo único que se me ocurre. Mi última opción.

Cierro los ojos, tratando de ignorar el carnaval de colores y sonidos distorsionados que asalta mi mente. Me concentro en el broche en mi mano. En el Eco que contiene. Intento aislar esa firma específica, ese pulso de fervor mecánico, de la cacofonía circundante. Profundizo, buscando, sintonizando mi propia resonancia herida con la del metal frío.

Al principio, solo encuentro ruido. El lodo psicoactivo interfiere, creando Ecos falsos, distorsionando las señales. Es un caos mental. Pero persevero. Me aferro a la sensación que recuerdo, a esa mezcla de lógica fría y pasión por la máquina.

Y entonces... lo siento.

Débil. Muy débil. Casi ahogado por el ruido y las alucinaciones. Pero está ahí. Un tirón. No suave y constante como el de la Brújula. Este es... errático. Pulsante. Como el latido irregular de un corazón mecánico. O una señal intermitente luchando por abrirse paso a través de la estática.

Viene de adelante. Más profundo en el conducto.

Abro los ojos. Los colores siguen ahí, pero ahora parecen menos amenazantes, más como un telón de fondo extraño para la nueva sensación. El pulso. La señal.

Quizás no todo está perdido. Quizás los Mecanistas, intencionadamente o no, me han dejado una migaja de pan tecnológica para seguir. O quizás solo estoy siguiendo un Eco residual hacia la nada.

No importa. Es una dirección. Es una esperanza, por tenue y errática que sea.

Comienzo a arrastrarme de nuevo, siguiendo el pulso intermitente del Eco mecanista, adentrándome aún más en la oscuridad desconocida, mientras las visiones tejidas por el lodo psicoactivo danzan a mi alrededor como espectros de neón. El camino se vuelve más extraño. Más peligroso. Pero al menos, ya no estoy completamente ciego. Estoy siguiendo el latido del corazón de la máquina. Hacia dónde me lleve, es otra pregunta.

Transmisión recibida: 4/17/2025

ID: 22