TRANSMISIÓN 23
SECTOR_01//TRANSMISIÓN 23 DE 321

Transmisión 23

Transmisión 023

Fecha: 23.01.2189 Hora: 11:01

Arrastrarse. Es todo lo que hago. Arrastrarme por esta oscuridad metálica y polvorienta, siguiendo un latido fantasmal que solo yo puedo sentir. El conducto se retuerce y gira, sube y baja, un intestino olvidado en el cadáver de la ciudad. Y mi mente... mi mente es un carnaval demente.

El lodo psicoactivo. Sus efectos no son alucinaciones completas, no veo dragones ni escucho dioses olvidados susurrando secretos cósmicos (no más de lo habitual, al menos). Es más sutil. Más insidioso. Deforma la realidad de maneras pequeñas pero profundamente perturbadoras. Las paredes del conducto parecen respirar a mi alrededor, contrayéndose y expandiéndose lentamente con cada uno de mis jadeos. Los Ecos industriales distantes, que antes eran solo un ruido de fondo molesto, ahora se han convertido en una sinfonía disonante y burlona. Oigo fragmentos de melodías rotas, órdenes gritadas que se convierten en carcajadas, chirridos metálicos que suenan como advertencias susurradas directamente en mi oído.

Y las sombras. Incluso en esta oscuridad casi total, veo sombras líquidas danzando en la periferia de mi visión. Se agrupan, forman figuras vagamente humanoides o insectoides, se acercan amenazadoramente... y luego se disuelven en la nada cuando intento enfocarlas. Es agotador. Es enloquecedor.

Mi percepción del tiempo se ha vuelto completamente elástica. A veces siento que llevo horas arrastrándome por este tubo infernal, mis rodillas y manos en carne viva por el metal áspero. Otras veces, parece que solo han pasado unos minutos desde que escapé de los Cosechadores. El único punto de referencia, mi única ancla en esta tormenta sensorial, es el pulso.

El Eco mecanista. El latido errático que emana del broche en mi bolsillo y que resuena débilmente en la estructura metálica a mi alrededor. Lo sigo como un náufrago sigue una luz lejana. Es débil, intermitente, a veces casi desaparece ahogado por el ruido del lodo en mi cabeza, pero siempre vuelve. Un latido metálico en la oscuridad. ¿Hacia dónde me guía? ¿A otro puesto avanzado de los Mecanistas? ¿A una trampa cuidadosamente preparada? ¿O simplemente estoy siguiendo una concentración residual de su energía, un eco de su presencia que no lleva a ninguna parte? No lo sé. Pero es lo único que tengo.

El conducto comienza a ascender de nuevo. Una subida larga y agotadora. Noto que el aire se vuelve ligeramente más fresco, menos cargado del hedor dulzón del lodo. Eso es bueno. Pero los efectos en mi mente persisten. La sensación de irrealidad, la jaqueca sorda, los Ecos distorsionados, las sombras danzantes... siguen siendo mis compañeros de viaje.

Finalmente, tras lo que podrían haber sido minutos u horas, el conducto termina. Frente a mí, bloqueando el camino, hay una rejilla de ventilación metálica, cubierta de óxido y mugre. El pulso del Eco mecanista parece venir de más allá. Es más fuerte aquí, más claro, aunque sigue siendo errático.

Con el corazón latiéndome con fuerza por el esfuerzo y la aprensión, empujo la rejilla con cuidado. Protesta con un chirrido agudo y prolongado de metal oxidado raspando contra metal oxidado, un sonido que me parece terriblemente alto en el silencio relativo. Pero cede. Se abre hacia afuera, revelando lo que hay al otro lado.

Me asomo con la máxima cautela, sin salir del conducto todavía. Me encuentro en lo alto, mirando hacia abajo en otra vasta caverna industrial. Es diferente a la planta de procesamiento anterior. Esta parece más... organizada. O al menos, lo estuvo alguna vez. Podría ser un hangar de ensamblaje, o quizás un taller de reparación para maquinaria pesada o vehículos olvidados. Enormes estructuras metálicas, como esqueletos de titanes mecánicos, yacen en diversos estados de desmontaje sobre el suelo del hangar, cubiertas por el inevitable sudario de óxido y polvo.

La iluminación es escasa, mucho más tenue que en la planta anterior. Solo unas pocas luminarias de emergencia en las alturas parpadean erráticamente, proyectando sombras largas y móviles que danzan como espectros sobre las máquinas muertas.

Y en el centro del hangar, sobre una plataforma elevada y bien iluminada por varias lámparas de trabajo portátiles, hay actividad.

Figuras. Varias figuras humanoides se mueven con una precisión casi coreografiada alrededor de una gran pieza de maquinaria cubierta parcialmente por una lona gris. Están trabajando. Concentrados.

El pulso. El Eco mecanista es mucho más fuerte aquí. Definitivamente proviene de esa plataforma. De ellos.

Observo, fascinado y aterrorizado a partes iguales. Son Mecanistas. No hay duda. Llevan monos de trabajo oscuros, ajustados, prácticos. Y las modificaciones cibernéticas son evidentes incluso desde esta distancia. Veo brazos metálicos pulidos que se mueven con una fluidez inhumana. Implantes oculares que brillan con luz roja o azul en la penumbra. Interfaces neurales conectadas a la parte posterior de sus cráneos con cables finos. Son más máquina que hombre, o al menos, están en camino de serlo.

Están completamente absortos en su tarea, manipulando herramientas que emiten chispas silenciosas y zumbidos de baja frecuencia. Parecen ajenos a mi presencia, ajenos a todo lo que no sea la máquina que tienen delante.

¿Es esto el acceso a la Red de Sombra? No lo parece en absoluto. Esto es un taller activo. Un puesto de operaciones. ¿Me ha guiado el Eco del broche hasta aquí deliberadamente? ¿Era esta su intención todo el tiempo?

Una oleada de desconfianza me invade, luchando contra los efectos residuales del lodo. Saco el broche del bolsillo. El Eco que emana de él es un espejo perfecto del pulso que siento venir de la plataforma. Es una señal, sí. Pero las señales también pueden ser trampas. ¿He caído directamente en sus manos?

Transmisión recibida: 4/17/2025

ID: 23