Entramos en "El Nido". El lugar resulta ser una antigua cámara de bombeo de alcantarillado, un espacio cavernoso de metal oxidado y hormigón agrietado, convertido ahora en un refugio fortificado y un mercado negro improvisado para los habitantes de los Sumideros.
Varias figuras sombrías levantan la vista brevemente cuando entramos, sus miradas evaluadoras y desconfiadas. Son carroñeros, contrabandistas, mercenarios de baja estofa, la fauna habitual de la Red de Sombra. Están reunidos alrededor de mesas hechas con chatarra soldada, jugando a las cartas con barajas mugrientas, bebiendo líquidos de aspecto y olor dudoso de jarras improvisadas, o reparando su equipo desgastado bajo la luz parpadeante de lámparas de neón defectuosas. El aire es denso, cargado con el olor a alcohol barato, a humo rancio de synt-tabaco, a sudor rancio y a esa desesperación controlada y peligrosa de aquellos que viven permanentemente al margen de la ley y la luz.
Los Ecos aquí son un caos. Una cacofonía de pensamientos turbios, codicia, planes violentos, paranoia y recuerdos amargos. Sin embargo, noto algo interesante: están... contenidos, amortiguados. No tan abrumadores como deberían ser en un lugar así. Scrappy me explica en voz baja que Grok, el guardia, controla algún tipo de tecnología de blindaje de resonancia rudimentaria pero efectiva desde su puesto junto a la puerta. Es un alivio inesperado comparado con el asalto psíquico constante del exterior, aunque sigo sintiéndome expuesto y vulnerable en mi estado debilitado.
Scrappy se acerca a Grok y negocia con él en voz baja, intercambiando algunas piezas de tecnología recuperada que llevaba en su bolsa –componentes electrónicos, un par de filtros de agua de grado militar– por el derecho a usar una de las pequeñas alcobas laterales como habitación privada durante dos ciclos.
La alcoba resulta ser apenas un armario grande, probablemente una antigua sala de control o almacén. Contiene dos catres metálicos con colchones finos y sucios, y una única lámpara parpadeante en el techo que arroja más sombras que luz. Pero tiene una puerta metálica que se puede cerrar con llave desde dentro, ofreciendo un respiro muy necesario del ruido y las miradas curiosas del salón principal.
"No es el Ritz, pero servirá", dice Scrappy, dejando caer su bolsa en uno de los catres con un ruido sordo. Me mira. "Descansa, Archivero. Intenta... meditar o lo que sea que hagas para arreglarte la cabeza. Yo vigilaré la puerta y veré qué rumores corren por El Nido. Necesitamos saber si tu... concierto... en la estación de metro ha atraído demasiada atención no deseada."
Asiento agradecido, sintiendo que mis fuerzas me abandonan. Me derrumbo en el otro catre, el metal frío y el colchón áspero casi un lujo después de los últimos ciclos. Saco el cristal de datos verde pálido que Theron me dio en el Nexo. Lo sostengo en mis manos, sintiendo la débil pero constante resonancia de calma y disciplina que emana de él.
Cierro los ojos y me concentro, intentando acceder a las técnicas de meditación y escudo psíquico que sé que contiene, las enseñanzas del Eco Interior. Es un proceso lento y difícil al principio. Mi mente se siente magullada, mi resonancia deshilachada por el esfuerzo de canalizar la armonía contra el Cazador. Pero las técnicas del cristal son efectivas. Poco a poco, siento cómo me ayudan a calmar la estática residual, a reconstruir mis defensas mentales capa por capa, a encontrar de nuevo mi propio centro de resonancia, mi propia nota en la canción.
Paso el siguiente ciclo en este estado de meditación profunda, absorbiendo el conocimiento y la calma del cristal, reparando lentamente el daño psíquico autoinfligido. Scrappy entra y sale silenciosamente un par de veces, trayéndome agua y un cuenco de algo caliente que identifica como "estofado de rata-tuerca", una delicatessen local, supongo. Apenas registro su presencia, perdido en la reconstrucción de mi propio ser.
Transmisión recibida: 4/17/2025
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