La despedida de los Mecanistas fue tan fría y funcional como esperaba. Jax, el operativo silencioso con sus manos metálicas, manipuló un panel oculto junto a una enorme rejilla de ventilación oxidada en la pared del hangar. Con un siseo neumático que pareció demasiado fuerte en el silencio expectante, una sección de la rejilla se deslizó hacia un lado, revelando una oscuridad absoluta y los primeros peldaños de una escalera metálica que descendía hacia lo desconocido.
"Acceso RS-4S-117", anunció Jax, su voz tan plana y modulada como la de Kex. "El código de entrada temporal que te dio la Supervisora Kex desactivará las contramedidas inmediatas durante un ciclo estándar." Hizo una pausa, su mirada (o la de sus sensores) fija en mí. "Después de eso, estarás por tu cuenta. La Red no es territorio Mecanista."
Por mi cuenta. Las palabras resonaron con un peso ominoso. Lyra, la otra escolta con sus inquietantes ojos cibernéticos azules, me tendió una pequeña pastilla gris. "Estimulante de bajo nivel y un suplemento nutricional básico", explicó con la misma falta de emoción. "Te ayudará con la fatiga residual del purgador y te dará algo de energía. No tenemos más para darte."
Tomé la pastilla, murmurando un "Gracias" que se sintió hueco. Me la metí en la boca y la tragué en seco, sintiendo un ligero cosquilleo químico. El Purgador-7 había aclarado mi mente, pero me había dejado sintiéndome... vacío. La ausencia de la Brújula era una herida más profunda de lo que esperaba, una sensación visceral de pérdida, como si me hubieran amputado un sentido que apenas empezaba a comprender. La pérdida del datapad con el mapa era un golpe práctico, una estupidez que me había costado caro, pero la falta de la guía resonante de la Brújula me hacía sentir verdaderamente ciego. Ahora solo me quedaban el mapa estelar oculto bajo mi túnica –una carga peligrosa y un misterio en sí mismo–, el broche Mecanista en mi bolsillo –un talismán de dudosa utilidad– y mi propia sensibilidad a los Ecos, recién recuperada pero aún inestable.
Miré hacia la oscuridad que se tragaba la escalera. "¿Qué hay ahí abajo?", pregunté, mi voz apenas un susurro.
"La Red de Sombra", respondió Lyra, sus ojos azules parpadeando mientras accedía a datos internos. "Un laberinto de túneles de servicio olvidados, conductos de ventilación en desuso, secciones colapsadas de niveles inferiores, e incluso algunas cavernas naturales. Interconectados de forma irregular."
"Utilizada por carroñeros, contrabandistas, cultistas menores, fugitivos...", añadió Jax, completando la sombría descripción. "...y cosas peores. No hay autoridad central, solo territorios reclamados por diversas bandas y peligros ambientales constantes."
"Los primeros tramos desde este acceso son relativamente claros, según nuestros últimos sondeos", continuó Jax. "Pero la Red cambia constantemente. Los derrumbes son frecuentes. Las criaturas migran. Las bandas luchan por el territorio. No confíes en ningún mapa por mucho tiempo. Y sobre todo..." Su voz, si cabe, se volvió aún más plana. "...no confíes en nadie que encuentres."
Tragué saliva. Saltar de la sartén al fuego. Pero el fuego –Silenciadores, Cultores, el Cazador– me pisaba los talones. La Red de Sombra, con todos sus peligros desconocidos, ofrecía al menos una oportunidad: la oscuridad, el anonimato, la posibilidad de desaparecer. Era mi única opción.
"Entendido", dije, intentando que mi voz sonara más segura de lo que me sentía.
"Muévete, Archivero", me urgió Jax, señalando la abertura con un gesto brusco. "El código temporal ya está activo. No pierdas tiempo."
Sin más preámbulos, me deslicé por la abertura. El metal frío de la escalera me recibió. Comencé a descender, peldaño a peldaño, hacia la oscuridad total. Detrás de mí, oí el siseo neumático cuando la rejilla se cerró, sellando mi entrada y cortando la poca luz que quedaba del hangar. El sonido tuvo una finalidad aterradora. Estaba dentro. Estaba solo.
La escalera descendió durante lo que parecieron cincuenta metros interminables. El aire se volvió frío y pesado, cargado de humedad. Olía a moho rancio, a metal oxidado y a algo más, un olor dulzón y enfermizo que no pude identificar, pero que me puso los pelos de punta. Finalmente, mis pies tocaron el suelo. O más bien, el agua.
Estaba en un túnel estrecho, completamente a oscuras. El agua estancada me llegaba hasta los tobillos, helada y sucia, chapoteando lúgubremente con cada movimiento tentativo. Las paredes, al tacto, estaban cubiertas de una sustancia viscosa y fría. El silencio era absoluto, opresivo, roto solo por el eco de mis propios pasos chapoteando y el goteo lento y constante de agua desde algún lugar del techo invisible.
Bienvenido a la Red de Sombra.
Transmisión recibida: 4/17/2025
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