Mientras Scrappy se dedica a asegurar nuestro nuevo refugio temporal –colocando discretamente algunos sensores de perímetro improvisados cerca de la entrada y volviendo a concentrarse en los diagnósticos y reparaciones de su brazo cibernético bajo la luz de su lámpara–, yo busco un rincón relativamente limpio en el taller olvidado. Aparto algunos componentes arcanos rotos y me siento en el suelo polvoriento, apoyando la espalda contra un banco de trabajo frío y metálico.
El silencio aquí es diferente al del Corazón. No es la quietud expectante y primordial de la conciencia planetaria. Es un silencio muerto, polvoriento, cargado con los fantasmas de la tecnología arcana y el trabajo olvidado. Los Ecos son débiles, susurros fantasmales de ingenieros y técnicos de la Era del Fulgor, sus esperanzas y frustraciones desvanecidas hace mucho tiempo. Es un lugar de finales, no de principios. Y sin embargo, para mí, se siente como un nuevo comienzo.
Saco de nuevo los artefactos que se han convertido en mis compañeros constantes y mi carga más pesada: el libro metálico de los Arquitectos, el mapa estelar brillante y el Sintonizador de Ecos de cristal ámbar. Los coloco frente a mí sobre el suelo polvoriento.
Aquí, en este taller olvidado, rodeado por los restos de una era de ambición tecnológica y fracaso arcano, siento que las piezas empiezan a encajar. No tengo todas las respuestas, ni mucho menos. Pero tengo fragmentos, pistas, herramientas.
Tengo el conocimiento fragmentado pero fundamental de los Arquitectos, contenido en el libro. Tengo la llave peligrosa y poderosa que es el mapa estelar. Tengo las lecciones de armonía y equilibrio del Hermano Theron, grabadas en mi mente y en el cristal que aún llevo conmigo. Tengo la perspectiva pragmática y tecnológica de Gear y la Tejedora de Datos, recordándome que no todo es resonancia y Ecos. Y tengo la alianza improbable pero sólida con Scrappy, mi ancla cínica y práctica en este mar de locura.
Y lo más importante, me tengo a mí mismo. O, mejor dicho, a esta nueva versión de mí que ha surgido de las cenizas del archivero asustado que era. Tengo mi propia resonancia, mi conexión creciente y cada vez más controlada con la Señal. Ya no soy solo un receptor pasivo de Ecos, ni una víctima de mis propias habilidades descontroladas. Soy, como dijeron la Tejedora y los Guardianes, un Tejedor incipiente. Un jugador activo, aunque novato y aterrorizado, en el gran y terrible juego por el destino de Aethelgard, y quizás de mucho más.
Abro el libro, sus páginas metálicas desplegándose con un suave clic. Coloco el mapa a su lado, sus luces alienígenas parpadeando suavemente. Sostengo el Sintonizador de Ecos en mi mano, sintiendo su familiar calidez resonante.
Cierro los ojos. Respiro hondo el aire polvoriento del taller. Y comienzo a "cantar" de nuevo.
No con la fuerza desesperada que usé para repeler al Devorador o abrir el portal de magma. No con la curiosidad temerosa con la que exploré la conciencia de los Guardianes. Sino con una concentración tranquila, enfocada. Busco la armonía dentro de mí mismo, la conexión con la Señal fundamental que los Guardianes me enseñaron a escuchar. Busco la sintonización, la "chispa de la Primera Canción", la llave que sé que está oculta en algún lugar entre el conocimiento del libro, el poder del mapa y mi propia resonancia. Busco la verdad oculta en los Ecos de cristal y los laberintos de datos muertos que me rodean.
El camino por delante sigue siendo inimaginablemente largo y peligroso. Los Silenciadores, los Mecanistas, los Cultores, el Cazador, el Devorador, las entidades cósmicas... las amenazas son legión. Pero aquí, en el silencio polvoriento de este taller olvidado, por primera vez desde que todo comenzó, siento que tengo las herramientas –internas y externas– para empezar a recorrerlo de verdad.
La canción de la Necrópolis de Neón continúa, implacable y disonante. Pero ahora, estoy aprendiendo a escucharla. Y estoy empezando a añadir mi propia voz al coro.
Transmisión recibida: 4/17/2025
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