El silencio. Eso fue lo primero que noté al volver del abismo. Un silencio antinatural, pesado, que presionaba mis tímpanos después del chillido psíquico y la nota silenciosa del Devorador. Mi corazón seguía intentando escapar de mi caja torácica, un tambor desbocado en la quietud opresiva del Scriptorium. El olor a ozono persistía, mezclado ahora con el hedor de mi propio sudor frío. Las luminarias habían vuelto a su zumbido monótono, a su parpadeo errático habitual, como si se encogieran de hombros ante el apocalipsis privado que acababa de presenciar. Negación. Es el mecanismo de supervivencia por defecto en Oakhaven.
Me levanté del suelo metálico, mis músculos protestando, mi cabeza palpitando con el eco de la visión. El residuo de pavor era una capa aceitosa sobre mi piel, sobre mi mente. Miré a mi alrededor. El cubículo de trabajo. Las estanterías interminables perdiéndose en la penumbra superior. El polvo flotando en los escasos rayos de luz enfermiza. Todo parecía igual. Demasiado igual. Como si el universo se burlara de mí, pretendiendo normalidad después de mostrarme su corazón podrido.
Mis ojos se posaron en la mesa de trabajo. En el mapa. El fragmento de vitelo original. Algo me impulsó a mirarlo, una mezcla de terror y una mórbida curiosidad que probablemente acabará matándome. Me acerqué, apoyándome en la mesa para estabilizar mis piernas temblorosas.
Y lo vi.
La sección dañada. El Corazón Vacío. La Cicatriz Donde Sangran las Estrellas, reducida a una mancha carbonizada en un trozo de piel sintética milenaria. Parecía... diferente. No era solo mi percepción alterada, estaba seguro. Las líneas quemadas que antes eran un caos borroso ahora parecían tener una nueva configuración, sutil pero innegable. Los glifos medio borrados en los bordes de la anomalía insinuaban formas nuevas, perturbadoras, como si la energía de la visión los hubiera regrabado desde dentro. Como si el mapa hubiera reaccionado a mi contacto, a mi resonancia.
Mi respiración se atascó en mi garganta. El frío volvió, más intenso que antes. Me incliné sobre el mapa, mis ojos recorriendo frenéticamente la zona alterada. Y entonces, lo encontré.
En el centro exacto de la anomalía carbonizada. Donde antes solo había oscuridad quemada, la nada representada en el vitelo. Ahora había algo. Un símbolo. Diminuto, apenas visible si no sabías qué buscar. Pero estaba allí. Grabado en el material como si siempre hubiera formado parte del diseño original, como si mi visión solo lo hubiera revelado.
Un círculo perfecto. Dentro del círculo, un único punto. Y rodeando el círculo, tres líneas curvas, como garras o tentáculos rotos, que se detenían justo antes de tocar el perímetro.
El símbolo de la Unidad Rota.
El aire abandonó mis pulmones en una exhalación siseante. No. No podía ser. Ese símbolo era una herejía, incluso en los rincones más oscuros y olvidados de Oakhaven. Asociado con los Cultores del Eco Roto. Los lunáticos, los nihilistas que creían que la Cacofonía no fue un cataclismo, sino una liberación. Los que buscaban activamente la desintegración final, la "verdadera unidad" en la nada absoluta. Los que adoraban a los Ecos más caóticos y destructivos. Los que susurraban sobre despertar al Devorador.
Mi mente daba vueltas. Esto no tenía sentido. ¿Cómo podía un símbolo asociado a un culto relativamente reciente (al menos en términos cósmicos) aparecer en una carta celestial de la Era del Fulgor Tecno-Arcano, de antes de la Cacofonía? ¿Estaba oculto allí todo el tiempo, esperando ser activado? ¿O... fue puesto allí? ¿Ahora?
La implicación me golpeó como una descarga eléctrica. Esto no era un Eco pasivo. Los Ecos son residuos, memorias fragmentadas, emociones atrapadas en el tejido del espacio-tiempo. Son como grabaciones rotas que se repiten una y otra vez. Pero esto... esto era diferente. Esto fue una respuesta. Una comunicación.
El mapa no solo contenía un Eco de la Cicatriz. Era un conducto. Una especie de terminal de comunicación bidireccional a través del tiempo y la realidad. Y yo, Silas, el puto archivero Resonante de nivel bajo, con mi sensibilidad de mierda y mi necesidad desesperada de créditos... yo acababa de activarlo. Había metido la llave en la cerradura y la había girado. Había establecido una conexión con la Cicatriz, con el Devorador, o con quienquiera que estuviera escuchando al otro lado. Y me habían respondido. Habían dejado su tarjeta de visita grabada en el corazón del mapa.
El símbolo de la Unidad Rota. Una invitación. Una amenaza. Una declaración.
El pánico, que había retrocedido momentáneamente tras la visión, volvió con fuerza, frío y paralizante. Ya no era solo el miedo a lo desconocido, a lo cósmico. Era el miedo a lo conocido. A los Cultores. Seres despiadados, fanáticos, que no se detendrían ante nada para conseguir sus objetivos. Si sabían que el mapa había sido activado, si sabían que yo lo había activado...
Me aparté de la mesa como si el mapa quemara. Miré mis manos. Las manos que habían guiado el estilo. Las manos que habían tocado el mapa. ¿Estaba marcado? ¿Podían sentirme ahora? ¿Estaban viniendo?
Un escalofrío recorrió mi espalda, tan frío y afilado como el hielo sintético. No era solo el miedo residual de la visión, ni el pánico ante los Cultores. Era algo más. Una sensación primitiva, instintiva. La sensación inconfundible, inequívoca, de ser observado.
No como antes, no la presión general de la estática del mapa. Esto era directo. Enfocado. Una mirada invisible, pesada, calculadora, posada sobre mí desde algún lugar en la penumbra del Scriptorium. Sentí el vello de mi nuca erizarse. El silencio ya no era silencio, era la contención de una respiración ajena. El aire ya no estaba quieto, vibraba con una tensión palpable. Alguien estaba aquí. O algo. Y sabía lo que había hecho. Sabía lo que había visto. Sabía del símbolo.
El corazón me martilleaba las sienes. El Scriptorium, mi prisión familiar, se había convertido de repente en una trampa mortal. Cada sombra parecía ocultar una amenaza. Cada sonido, el chirrido lejano de metal, el goteo de agua desconocida, el zumbido de las luminarias, parecía amplificado, cargado de un significado siniestro. Estaba expuesto. Vulnerable. Y completamente solo. La llave que había girado no solo había abierto una puerta a horrores cósmicos, sino que también había encendido un faro en la oscuridad, atrayendo a todas las polillas infernales hacia mi insignificante llama.
Transmisión recibida: 4/17/2025
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