El túnel excavado en la roca finalmente se ensancha, abriéndose a una caverna mucho más grande y claramente artificial. La débil luz naranja de los hongos en las paredes del túnel da paso a una oscuridad más profunda, rota solo por el haz oscilante de la lámpara de aceite de Scrappy y el brillo fantasmal de extrañas formaciones que cuelgan del techo lejano.
Estamos en una antigua estación de tránsito subterránea, olvidada por el tiempo y la catástrofe. Es un vasto espacio abovedado, aunque gran parte del techo se pierde en la oscuridad superior. Los andenes de lo que debieron ser líneas de transporte rápido están derrumbados en muchos lugares, montones de hormigón roto y metal retorcido. Sobre las vías fantasma yacen los restos oxidados de lo que parecen vagones o cápsulas de transporte, volcados y destrozados como los cadáveres de enormes bestias metálicas muertas durante algún cataclismo olvidado.
Del techo alto y abovedado cuelgan extrañas estalactitas. No parecen naturales, o no del todo. Son largas, retorcidas, y brillan débilmente con una luz propia, quizás por la filtración de minerales exóticos o residuos químicos acumulados durante siglos. La luz de la lámpara de Scrappy se refleja en ellas, creando patrones inquietantes en la penumbra.
El aire aquí es diferente. Menos opresivo que en los túneles estrechos, pero cargado de una energía palpable. Y los Ecos... los Ecos aquí son mucho más fuertes. Más caóticos. Mi sensibilidad, que empezaba a recuperarse, es bombardeada por una cacofonía psíquica. Siento las impresiones residuales de multitudes apresuradas, el sonido metálico y distorsionado de anuncios olvidados, y sobre todo, una oleada abrumadora de miedo repentino, de confusión, de pánico masivo. Es el Eco persistente del momento en que esta estación murió, probablemente durante la Cacofonía que silenció gran parte de la ciudad. La presión detrás de mis ojos aumenta, un dolor sordo que me recuerda los peores momentos antes del purgador.
"Cuidado aquí", advierte Scrappy, su voz bajando a un susurro tenso. Su habitual actitud despreocupada ha desaparecido, reemplazada por una alerta máxima. "Este lugar es un cruce de caminos en la Red. A veces hay otros... viajeros." La pausa antes de "viajeros" sugiere que la palabra abarca mucho más que simples humanos. "No todos amistosos."
Saca un arma de su cinturón. Es una pistola de aspecto pesado, claramente modificada o construida por ella misma, con un cañón grueso y un aspecto brutalmente funcional. El gesto es un claro indicador del peligro que percibe.
Avanzamos pegados a la pared de la caverna, usando los vagones volcados y los montones de escombros como cobertura. Scrappy se mueve con sigilo, su ojo cibernético barriendo constantemente las sombras. Yo intento seguirla, luchando por filtrar la avalancha de Ecos caóticos, buscando cualquier firma psíquica clara que indique una presencia viva, una amenaza inmediata. La recuperación de mi sensibilidad es una bendición y una maldición: me da más información, pero el ruido de fondo es ensordecedor, dificultando la detección de señales específicas.
De repente, Scrappy se detiene en seco. Levanta su mano orgánica en una señal de alto. "¿Oyes eso?", susurra, su cabeza inclinada, escuchando atentamente.
Aguzo el oído, intentando aislar cualquier sonido del goteo distante y el constante susurro de los Ecos fantasmales. Al principio, no oigo nada fuera de lo común. Pero luego lo percibo.
Un sonido débil al principio, pero que se hace más claro, más cercano. Un sonido rítmico. Metálico. Proviene de uno de los túneles oscuros que se abren a esta caverna, más adelante en nuestro camino.
Clic-clac. Clic-clac.
No es el sigiloso clic orgánico del Cazador de Ecos que me persiguió en los Archivos. Este sonido es más pesado. Más regular. Inequívocamente mecánico.
Clic-clac. Clic-clac.
Algo se acerca. Y no suena amistoso.
Transmisión recibida: 4/17/2025
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