Transmisión 449

Fecha: 18.04.2189 Hora: ~03:15

Oscuridad. No, menos que oscuridad. Un vacío sin forma, sin arriba ni abajo, sin tiempo. Un no-lugar donde el ser se disuelve, se deshilacha como humo rancio en una corriente de aire inexistente. Pero… no es vacío del todo. Hay… algo. Ecos distantes de un yo que fue. Fragmentos rotos flotando en la nada.

Dolor.

Sí, eso persiste. Un ancla herrumbrosa clavada en la carne de la nada. No es un dolor agudo, localizado. Es una sinfonía sorda y omnipresente. Un bajo continuo de agonía que resuena en los huesos rotos, en la piel quemada, en los músculos desgarrados. Un coro de sufrimiento que canta desde cada célula maltrecha. El pecho… aplastado. Cada intento de… ¿respirar?… es una puñalada de fuego helado. Aire… espeso, químico, arañando la garganta, llenando los pulmones con veneno en lugar de vida. Quema. Todo quema. La piel del hombro, un infierno particular, un ácido devorando la carne, un recordatorio viscoso de… algo. Algo que tocó. Algo que…

…está tocando.

De nuevo.

Un roce. Seco. Ligero. Insistente. Como patas de insecto sobre pergamino viejo. Quitina contra piel desgarrada. Cerca. Demasiado cerca. Justo al borde de la herida que arde en el hombro. Un escalofrío recorre la columna vertebral fantasma, una reacción puramente física, un espasmo muscular involuntario que sacude el cuerpo roto como una marioneta desechada. Un temblor que agita la quietud precaria de este limbo.

El roce se detiene.

Silencio.

Un silencio expectante, cargado de una tensión que penetra incluso la bruma de la inconsciencia. El aire químico parece vibrar. El dolor sordo se agudiza por un instante, anticipando… ¿qué? ¿El golpe final? ¿La mandíbula que se cierra? ¿El aguijón que perfora?

Pero no llega.

En lugar de eso, el roce se reanuda. Diferente. Más lento. Más… ¿deliberado? Ya no es el tanteo exploratorio de antes. Hay una presión mínima, casi imperceptible. Un barrido metódico sobre la piel irritada alrededor de la quemadura química, no directamente sobre ella. Como si… limpiara. O examinara. O…

Imposible saberlo. La mente fragmentada no puede formar pensamientos coherentes, solo registrar sensaciones crudas. El roce seco. El dolor ardiente debajo. El frío del metal contra la espalda. El olor acre a ozono y descomposición orgánica flotando en el aire viciado. La opresión constante en el pecho. El latido débil, un tambor lejano y moribundo luchando contra el silencio.

Thump… thump… thump…

Tan lento. Tan frágil.

El roce continúa su patrón metódico. Vaivén. Vaivén. Seco, rasposo, extrañamente rítmico ahora. Casi hipnótico. La criatura… ¿qué es? Imágenes fragmentadas asaltan la periferia de la no-conciencia. Clics quitinosos. Respiración húmeda. El peso aplastante. El CRACK. Terror puro, helado, visceral. Pero ahora… solo este roce. Este cuidado extraño y perturbador.

¿Es la misma criatura? La que aplastó, la que casi… ¿O es otra? Los clics que se acercaron antes… ¿eran de esta? ¿O de la que se fue? Imposible distinguir. Todo se mezcla en la sopa tóxica de la inconsciencia y el trauma.

El roce se desplaza ligeramente. Sube por el cuello, deteniéndose justo debajo de la mandíbula. La presión aumenta mínimamente. Un tanteo. ¿Buscando el pulso? ¿O simplemente explorando la forma? La piel se eriza bajo el contacto quitinoso. Otro espasmo involuntario, más débil esta vez, recorre el cuerpo.

El roce se retira abruptamente.

De nuevo, el silencio expectante. El latido parece aún más lento. El aire más pesado.

Thump…… thump…… thump……

Pasan momentos, o quizás eones. El tiempo no tiene sentido aquí. Solo existe el dolor, el olor, el frío y la presencia silenciosa de la criatura.

Entonces, un nuevo sonido. Bajo. Gutural. Un chirrido suave, casi un susurro, vibrando a través del metal del suelo. No es agresivo. Suena… ¿interrogativo? ¿O es solo un ruido orgánico sin significado?

El roce no vuelve.

La criatura permanece inmóvil, cerca. Su presencia es una masa palpable en la oscuridad sensorial. Se siente su peso cercano, la quietud antinatural de algo que debería estar moviéndose.

El dolor en el hombro late con fuerza renovada. La quemadura química sigue supurando, enviando oleadas de agonía que amenazan con romper la superficie de la inconsciencia. Un gemido ahogado escapa de los labios agrietados, un sonido patético perdido en la inmensidad del conducto.

La criatura reacciona al gemido. No con movimiento, sino con otro sonido. Un clic. Uno solo. Seco y agudo. Diferente al chirrido anterior. Un sonido que corta el aire viciado.

¿Una advertencia? ¿Una respuesta? ¿Simple biología?

La incertidumbre es una tortura adicional. Estar atrapado en este cuerpo roto, flotando en la oscuridad, sintiendo la presencia de lo desconocido tan cerca, sin poder ver, sin poder pensar, sin poder hacer nada más que sentir el dolor y esperar…

El roce vuelve. Esta vez, no en el hombro. En la pierna. Cerca de donde el metal rasgó la carne durante la lucha. Un tanteo ligero, exploratorio. Quitina seca sobre tela desgarrada y piel pegajosa de sangre seca.

Vaivén. Vaivén.

El patrón se repite. Lento. Metódico. Inquietante.

¿Qué busca? ¿Qué hace?

La mente fragmentada grita sin sonido. El terror y la confusión son un remolino nauseabundo en el fondo del pozo de la inconsciencia.

El roce se detiene en la pierna.

Una pausa.

Luego, una presión. Firme. Constante. No aplastante como antes, pero definida. Justo al lado de la herida.

¿Qué…?

Un sonido de… ¿rasgado? No, más bien como… ¿algo que se desenrolla? Un susurro sedoso, orgánico.

La presión en la pierna se mantiene. Y algo… algo fino y pegajoso comienza a cubrir la herida. No es el fluido químico de antes. Esto es diferente. Se siente… fibroso. Como una telaraña húmeda y densa.

¿Está… vendando la herida?

La idea es tan absurda, tan contraria a la violencia anterior, que casi provoca un cortocircuito en los restos de la mente consciente.

La sustancia fibrosa cubre la laceración. La presión se alivia. El roce se reanuda, esta vez más arriba, en el torso, cerca de las costillas doloridas. Tanteando de nuevo.

El chirrido bajo y gutural vuelve a sonar, más prolongado esta vez. Casi como un… ¿lamento?

El latido del corazón sigue siendo peligrosamente lento. El aire tóxico sigue quemando. El dolor es una constante. Pero la criatura… la criatura quitinosa… no está matando. Está… interactuando. De una manera incomprensible y aterradora.

El roce se detiene en el pecho.

Silencio.

La criatura espera.

Y en la profundidad del abismo, Silas flota, atrapado entre el dolor y el misterio, sintiendo el latido moribundo de su propia vida y la presencia inescrutable de lo otro. El siguiente movimiento no es suyo. Nunca lo es. Solo puede esperar.