Agazapados tras el metal oxidado del vagón volcado, observamos a los dos Patrulleros de Chatarra avanzar por la caverna. Sus pasos pesados, el clic-clac de sus articulaciones, son los únicos sonidos además del goteo lejano y el latido de mi propio corazón. Sus sensores rojos barren la oscuridad como los ojos muertos de insectos mecánicos gigantes.
Uno de ellos, el que va ligeramente adelantado, se detiene. Justo cerca de nuestro escondite. Demasiado cerca. Su cabeza, una simple torreta de sensores, gira con un chirrido metálico agudo que me pone los pelos de punta. El haz de luz roja de su óptica principal barre el vagón, pasa sobre nosotros... y se detiene. Vuelve atrás. Y se fija directamente en nuestra dirección.
Mierda.
Nos ha visto. O detectado de alguna manera. Quizás el calor corporal. Quizás el leve sonido de nuestra respiración. O quizás mi maldito Eco torpe que Scrappy mencionó.
El constructo permanece inmóvil por un instante, procesando la información con su cerebro positrónico primitivo. Luego, levanta uno de sus múltiples brazos armados. Este termina en una especie de cañón corto y grueso, que empieza a chisporrotear con una luz azulada mientras acumula energía. Va a disparar.
Scrappy reacciona con la velocidad del rayo. No hay vacilación, solo instinto de supervivencia perfeccionado en la Red. Me agarra con su mano orgánica y me empuja con fuerza hacia un hueco más profundo bajo el vagón volcado, un espacio aún más estrecho y oscuro entre el chasis retorcido y el suelo lleno de escombros.
"¡Abajo!", sisea, su voz urgente.
Apenas tengo tiempo de obedecer cuando el mundo explota en sonido y luz. Un proyectil energético, una bola crepitante de plasma azul, impacta contra el lateral del vagón justo donde estábamos asomados. El estruendo es ensordecedor, haciendo vibrar cada átomo del metal a nuestro alrededor. Chispas y trozos de metal al rojo vivo llenan el aire, y el olor a ozono y metal quemado es abrumador. El impacto nos sacude violentamente incluso bajo la cobertura.
Oigo el clic-clac acelerado de los dos constructos mientras comienzan a avanzar directamente hacia el vagón, sus armas preparadas. Ya no hay sigilo. Saben que estamos aquí.
"Mierda", masculla Scrappy a mi lado en la oscuridad polvorienta bajo el vagón. Oigo el sonido metálico de ella preparando su propia pistola. "Nos han visto. Tendremos que luchar para salir." Su voz es tensa, pero decidida. No hay miedo, solo la aceptación pragmática de la situación.
Luchar. Miro mi mano, donde todavía agarro instintivamente mi cuchillo multiusos. La pequeña hoja parece ridícula, inútil contra dos robots de combate de dos metros y medio blindados y armados hasta los dientes. Intentar apuñalarlos sería como intentar derribar un muro con un palillo. Suicidio puro.
Tiene que haber otra opción. No puedo luchar físicamente. Pero quizás... quizás pueda hacer algo más.
Pienso en los Ecos. Mi sensibilidad está volviendo, más fuerte que antes, aunque todavía inestable. Pienso en lo que hice en los Archivos, cómo usé el Eco del incendio para crear una distracción, para asustar a los Silenciadores. Pienso en la advertencia de Scrappy: "No uses ninguna habilidad de Eco que tengas. Algunos de sus sensores pueden detectarlo."
Pero ahora ya nos han detectado. ¿Qué más da?
Quizás pueda usar los Ecos de este lugar. La estación está saturada de ellos, Ecos caóticos y potentes del cataclismo que la destruyó. Si pudiera encontrar uno lo suficientemente fuerte...
Me concentro, intentando ignorar el miedo y el ruido de los constructos acercándose. Busco a través de la cacofonía psíquica de la estación, buscando algo específico, algo útil. Algo energético. Algo... violento.
Y lo encuentro. Cerca. En uno de los vagones volcados adyacentes. Un Eco residual increíblemente potente. El recuerdo psíquico de una sobrecarga masiva en sus sistemas de energía, justo antes del abandono. Un Eco de energía arcana o tecnológica descontrolada, de metal derritiéndose, de pánico puro. Es mucho más fuerte que el Eco del incendio que usé antes. Y siento que es... inestable. Peligroso.
Canalizar algo así directamente podría freírme el cerebro. Pero quizás no necesito canalizarlo. Quizás solo necesito... despertarlo. Agitarlo. Como tirar una piedra en un estanque de energía psíquica estancada y ver qué ondas provoca.
Es una idea loca. Desesperada. Podría salir terriblemente mal. Podría no hacer nada. O podría empeorar las cosas. Pero es la única arma que tengo.
Cierro los ojos. Ignoro el sonido de los pasos metálicos que se acercan. Me concentro en el Eco de la sobrecarga. Y tiro. Suavemente. No hacia mí. Hacia fuera.
Transmisión recibida: 4/17/2025
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