Transmisión 451

Fecha: 18.04.2189 Hora: ~05:00

El tiempo pierde su significado en la deriva de la inconsciencia profunda. No hay amanecer ni anochecer, solo un flujo interminable de oscuridad puntuada por el latido sordo del dolor y el ritmo irregular de la respiración forzada. Silas flota en este vacío, un náufrago en un mar interior de trauma y agotamiento.

El silencio del conducto es casi absoluto ahora. Ya no hay clics quitinosos, ni roces húmedos, ni vibraciones mecánicas. Solo los sonidos íntimos y desesperados de un cuerpo luchando por aferrarse a la vida. El silbido áspero del aire tóxico entrando y saliendo de los pulmones dañados. El ocasional borboteo húmedo en el pecho, donde las costillas rotas amenazan con perforar algo vital. Y el latido del corazón.

Thump……… thump……… thump………

Sigue siendo lento. Peligrosamente lento. Pero quizás… ¿un poco más regular? ¿Menos espaciado que antes? Es difícil decirlo desde dentro de la niebla. La percepción es un espejo roto, reflejando fragmentos distorsionados de la realidad.

El calor en la pierna persiste. Es una constante extraña, un faro de sensación anómala en la monotonía del sufrimiento. La sustancia fibrosa, ahora una costra seca y flexible, parece adherida firmemente a la piel. Bajo ella, el dolor agudo de la laceración sigue amortiguado, reemplazado por esta calidez pulsante. No hay signos de infección, al menos no que puedan percibirse a través de la bruma. No hay pus, no hay un aumento del ardor. Solo este calor contenido, casi… ¿terapéutico?

¿Qué era esa criatura? ¿Un depredador que decidió conservar a su presa para más tarde? ¿Un carroñero con un instinto extrañamente protector? ¿Algo completamente ajeno a las categorías conocidas? La Necrópolis estaba llena de horrores mutados y entidades incomprensibles. Quizás fue solo un encuentro casual, una interacción sin lógica aparente en la ecología retorcida de las profundidades.

El recuerdo del ataque sigue siendo vívido, incluso en la inconsciencia. El impacto. La presión aplastante. El crujido de huesos. El terror absoluto. ¿Cómo pudo sobrevivir a eso? ¿Y por qué la criatura simplemente se detuvo y luego… lo "vendó"? Las preguntas giran sin respuesta en el vacío.

El dolor general no ha disminuido. La quemadura química en el hombro sigue siendo un foco de agonía punzante, aunque quizás el ardor inicial ha remitido ligeramente, dejando un dolor profundo y palpitante. Las contusiones en el torso y la espalda son una masa sensible que protesta con cada respiración. Moverse es impensable, una garantía de dolor insoportable.

La mente fragmentada intenta aferrarse a algo. Recuerdos. Gear, trabajando en su taller, rodeado de chispas y el olor a metal caliente. Scrappy, acurrucada a su lado, un pequeño bulto de calor y lealtad mecánica. El Scriptorium. Los mapas antiguos. La sensación de la Señal fluyendo a través de él, la Primera Canción resonando en su núcleo. Momentos de conexión, de propósito, de esperanza… ahora tan lejanos, tan irreales como sueños olvidados.

¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Horas? ¿Días? Imposible saberlo. El cuerpo está al límite. Deshidratado. Hambriento, aunque el dolor eclipsa cualquier sensación de hambre. Las reservas de energía deben estar agotándose rápidamente. El pulso, aunque quizás ligeramente más estable, sigue siendo peligrosamente débil. Un hilo delgado que lo ata a la existencia.

El aire. Sigue siendo un problema. Espeso. Acre. Cada inhalación es un esfuerzo consciente, un acto de voluntad contra la resistencia de los pulmones inflamados y el veneno ambiental. ¿Cuánto tiempo puede aguantar el cuerpo esta exposición continua?

Un sonido. Lejano. Un goteo.

Plink… plink… plink…

El mismo sonido que lo guió hasta aquí. ¿O es otro? Suena distante, pero claro en el silencio reinante. Agua. ¿Limpia? Probablemente no, en este lugar. Pero agua. La sed es una sensación enterrada bajo el dolor, pero el instinto de supervivencia la reconoce.

El sonido del goteo es un metrónomo irregular en la oscuridad. Un recordatorio de que el mundo exterior, por hostil que sea, sigue existiendo más allá de los límites de su cuerpo roto.

El calor en la pierna fluctúa ligeramente, a veces más intenso, a veces casi imperceptible. La sustancia fibrosa parece estar… ¿viva? ¿O es solo la reacción de su propio cuerpo? Otra pregunta sin respuesta.

La inconsciencia amenaza con profundizarse, con arrastrarlo más allá del punto de no retorno. Pero algo lo mantiene anclado. El dolor. El latido débil. El sonido del goteo. Y quizás… una chispa de voluntad enterrada profundamente, la negativa a simplemente desvanecerse en la nada.

Flota. Espera. Soporta. El tiempo se estira y se contrae. El dolor es su única compañía constante, aparte del calor misterioso en su pierna. Solo. Roto. En la oscuridad. Pero aún, de alguna manera, vivo. El pulso persiste. Débil, lento, pero persiste.

Thump……… thump……… thump………

La lucha continúa en el silencio.