Transmisión 485

Fecha: 19.04.2189 (?) Hora: Indeterminada

El tiempo, marcado por el zumbido grave y el pulso naranja de la interfaz, transcurre mientras Silas permanece en el precario equilibrio logrado por la segunda inyección (T484). La estabilización, aunque débil, se mantiene. El pulso sigue siendo regular, aunque apenas perceptible, y la respiración conserva su ritmo superficial pero constante.

El temblor, sin embargo, no cesa. La vibración fina y persistente en sus dedos (T484) comienza a extenderse lentamente. Primero afecta a las manos completas, luego asciende por los antebrazos. No es un espasmo violento, sino una agitación constante, como si cada fibra muscular estuviera vibrando a una frecuencia baja pero incesante. Pronto, el temblor se manifiesta también en los pies y asciende por las pantorrillas.

La interfaz, en su vigilancia continua, registra esta progresión. La luz naranja parpadea con más frecuencia, y el tono del zumbido se modula sutilmente, adquiriendo una cualidad interrogativa, analítica. No hay una respuesta inmediata, ninguna acción correctiva, solo una intensificación de la monitorización. Parece estar recopilando datos, evaluando la naturaleza y el significado de este nuevo síntoma.

A nivel subconsciente, la experiencia de Silas se ve sutilmente alterada por el temblor. La profunda oscuridad se ve perturbada por una sensación de vibración interna, una disonancia física que se suma a la vaga presión o incomodidad ya presente (T484). No es doloroso en sí mismo, pero es profundamente perturbador, una señal de que algo fundamental está desequilibrado.

El temblor continúa su lenta progresión, alcanzando ahora los hombros y los muslos, aunque con menor intensidad que en las extremidades. El cuerpo entero de Silas parece ahora vibrar sutilmente, una máquina biológica al borde del colapso, mantenida en funcionamiento por una intervención química cuyos efectos secundarios son cada vez más evidentes y preocupantes. La interfaz sigue observando, calculando, su luz naranja un ojo impasible en la penumbra, su zumbido la única constante en la creciente inestabilidad.