Atrapado. La palabra resuena en mi cráneo con la misma insistencia que el zumbido de las luminarias. Dos Silenciadores bloqueando la única salida, sus visores negros absorbiendo la poca luz y toda esperanza. Mi cubículo, mi prisión diaria, ahora una celda literal. La orden de "interrogatorio estándar" flotando en el aire como una sentencia de muerte diferida. Huir es imposible. Rendirse es impensable. ¿Qué queda?
Mis ojos van de nuevo al mapa. Al símbolo de la Unidad Rota. La llave que me metió en este lío. Una llave que abrió una puerta a la locura cósmica y atrajo a los perros guardianes de la realidad. ¿Una llave que abre solo una puerta? ¿O quizás...? La idea es una locura, nacida de la pura desesperación.
Los Ecos. Siempre los Ecos. Mi maldición. La sensibilidad que me convierte en un paria, en carne de cañón para los archivos peligrosos, en un objetivo para los Silenciadores. El coro cacofónico de susurros, visiones fragmentadas y emociones rancias que es la banda sonora constante de mi existencia en este osario de Oakhaven. Donde otros ven silencio y polvo, yo siento los gritos silenciosos de milenios de vidas rotas, ambiciones frustradas, muertes violentas. Una carga insoportable que me obliga a depender de supresores químicos solo para mantener un mínimo de cordura.
Pero... ¿y si? ¿Y si la maldición pudiera ser... un arma? ¿Una herramienta? La idea es aterradora. Jugar con los Ecos conscientemente, intentar dirigirlos, canalizarlos... es jugar con fuego psíquico. Es como intentar dirigir una avalancha con las manos desnudas. La mayoría de los Resonantes que lo intentan acaban fritos, perdidos en la tormenta de energía ajena, sus mentes destrozadas irreparablemente. Como Kaito.
Pero no tengo otra opción. Los Silenciadores no van a esperar eternamente. Puedo ver un ligero cambio en su postura, una tensión creciente. Pronto se moverán. Pronto vendrán por mí y por el mapa.
Cierro los ojos, ignorando el dolor punzante detrás de ellos, la resaca de la visión. Me obligo a apartar mi mente del mapa, de la Cicatriz, del símbolo. Eso es demasiado peligroso, demasiado potente. Necesito algo local. Algo del propio Scriptorium. Este lugar ha visto siglos de historia, de drama humano, de accidentes, de violencia. Tiene que haber algo. Un Eco lo suficientemente fuerte, lo suficientemente caótico como para crear una distracción. Una ventana de oportunidad, por pequeña que sea.
Me sumerjo en la cacofonía. Abro mi mente, mi herida abierta, a la marea de Ecos que siempre intento mantener a raya. Es como abrir una compuerta a un océano de ruido psíquico. Susurros, gritos ahogados, risas fantasmales, oleadas de miedo, avaricia, lujuria, desesperación... todo se mezcla en un torrente nauseabundo que amenaza con ahogarme. Siento los Ecos de miles de archiveros anónimos, sus vidas monótonas, su aburrimiento, su resentimiento. Siento los Ecos de los eruditos que buscaron conocimiento prohibido entre estos estantes y encontraron la locura. Siento los Ecos de las víctimas de purgas olvidadas, de accidentes industriales encubiertos, de las pequeñas y grandes tragedias que conforman la historia no escrita de Oakhaven.
Busco desesperadamente entre el ruido blanco psíquico. Necesito algo fuerte. Algo violento. Algo que pueda manifestarse, aunque sea brevemente, en el plano físico. Algo que pueda sorprender a los Silenciadores, romper su control, darme una fracción de segundo.
Filtro los Ecos más débiles, los residuos emocionales superficiales. Busco las cicatrices más profundas en el tejido del Scriptorium. Los eventos traumáticos que dejaron una marca indeleble.
Y entonces, lo encuentro.
Débil al principio, enterrado bajo capas de Ecos más recientes. Pero persistente. Una nota discordante en la sinfonía de la miseria. Un Eco de pánico puro. De dolor abrasador. De carne quemándose.
Fuego.
El recuerdo residual de un incendio devastador. Aquí mismo. En esta sección del Nivel 7-Gamma. Doscientos años atrás, según los registros fragmentados que tuve que catalogar una vez. Un accidente con una luminaria arcana inestable, o quizás un sabotaje. Las llamas devorando pergaminos irremplazables, códices únicos. Y un archivero. Atrapado. Gritando. Un grito silencioso que ha perdurado durante dos siglos, atrapado en el ámbar de los Ecos. Un grito de agonía y desesperación absolutas mientras el fuego consumía los secretos del pasado y su propia carne.
Siento su terror como si fuera mío. Siento el calor fantasmal en mi piel, el olor acre del humo y la carne quemada llenando mis fosas nasales virtuales. Es un Eco increíblemente potente. Cargado de energía negativa, de caos puro.
Peligroso. Terriblemente peligroso. Inestable. Intentar canalizar algo así... es como intentar agarrar un cable de alto voltaje con las manos mojadas. Podría consumirme. Podría freír mi cerebro desde dentro. Podría manifestarse de formas impredecibles y destructivas, hiriéndome a mí tanto como a los Silenciadores. O podría no hacer nada en absoluto, dejándome expuesto y agotado.
Miro a los Silenciadores. Siguen allí. Inmóviles. Esperando. La ventana de oportunidad se está cerrando.
No hay elección. Es esto o la recalibración. Es el fuego psíquico o el borrado total. Prefiero arder a ser borrado.
Respiro hondo, el aire viciado llenando mis pulmones por última vez como Silas, el archivero cobarde. Me concentro en el Eco del incendio, en el grito silencioso del archivero atrapado. Ignoro el instinto de supervivencia que me grita que me detenga, que esto es una locura.
Y tiro.
Con toda la fuerza de mi voluntad desesperada, agarro el Eco del fuego y tiro de él hacia mí, hacia el presente. Lo arranco de su bucle de doscientos años. Lo canalizo a través de mi propia mente, de mi propia sensibilidad herida.
El efecto es instantáneo. Y violento. Mucho más violento de lo que esperaba.
Transmisión recibida: 4/17/2025
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