Avanzo con una mezcla de reverencia y extrema cautela por la sala devastada de la Biblioteca Rota. El suelo está cubierto por una gruesa capa de polvo cristalino fino que amortigua mis pasos, pero debo tener cuidado de no pisar los innumerables fragmentos afilados de cristal oscuro que cubren el suelo como metralla congelada. Las estanterías rotas se ciernen sobre mí como monumentos caídos, y las que siguen en pie parecen precariamente equilibradas. La luz ambiental es escasa, una penumbra profunda apenas rota por el suave brillo que emana de los propios cristales de datos intactos y por débiles rayos de luz que se filtran desde grietas invisibles en el techo altísimo.
Me acerco a una de las estanterías que ha sobrevivido al cataclismo. Es una estructura imponente de cristal oscuro, con nichos perfectamente tallados donde descansan los cristales de datos. Son de formas variadas, brillando con luz propia. Extiendo una mano temblorosa hacia uno de ellos, una esfera perfecta de un color azul pálido que parece pulsar suavemente.
Al tocar su superficie lisa y fría, siento una oleada inmediata de información vertiéndose en mi mente. Es similar a la experiencia en el Nexo, pero mucho menos controlada, más cruda, más abrumadora. No son visiones coherentes ni conceptos claros. Son datos puros. Flujos de energía subespacial representados en una notación matemática tridimensional que mi mente no puede procesar. Diagramas complejos que cambian y fluyen. Siento el significado conceptual subyacente –algo sobre la manipulación de las corrientes del vacío– pero la densidad y la alienación de la información son demasiado.
Retiro la mano rápidamente, jadeando, mientras un dolor agudo me atraviesa la cabeza. La jaqueca regresa con fuerza. Acceder a estos cristales directamente requiere una habilidad, un control mental, una capacidad de procesamiento que claramente no poseo. Son demasiado potentes, demasiado alienígenas. Intentar leerlos así es como intentar beber de una manguera de incendios a presión.
Necesito encontrar algo diferente. Algo que pueda entender, que pueda usar. Algo que me ayude a descifrar el mapa estelar o, mejor aún, el libro de los Arquitectos que llevo conmigo. El mapa mental de la Custodia solo me trajo hasta aquí; no especificó dónde buscar dentro de esta vasta ruina de conocimiento.
Comienzo a explorar la sala de forma más sistemática, moviéndome con cuidado entre las filas de estanterías rotas y las pocas que quedan intactas. Es un laberinto de conocimiento perdido y destrucción silenciosa. Veo cristales que parecen contener mapas estelares tridimensionales, constelaciones desconocidas girando lentamente en su interior. Otros muestran diagramas biológicos detallados de criaturas que nunca he visto, formas de vida alienígenas o quizás experimentos olvidados. Algunos emiten secuencias complejas de tonos musicales o armónicos puros que resuenan directamente en mi mente. Y muchos, la mayoría, contienen información tan abstracta, tan matemática o tan fundamentalmente alienígena que no puedo ni empezar a comprender su propósito.
Mientras exploro, también veo signos de visitantes más recientes, intrusos en este santuario olvidado. Grafitis toscos de bandas carroñeras pintados sobre las elegantes estanterías. Restos de campamentos improvisados en rincones oscuros. Y, ocasionalmente, la marca inconfundible de los Mecanistas –la rueda dentada rodeando un ojo estilizado– grabada discretamente en alguna superficie. Ellos también han estado aquí. Saqueando, estudiando, buscando conocimiento para sus propios fines. ¿Qué habrán encontrado? ¿Qué se habrán llevado?
Y bajo todo ello, como una corriente subterránea helada, siento la presencia persistente del Cazador. No está aquí dentro, no todavía. Los portales parecen mantenerlo fuera, por ahora. Pero lo siento ahí fuera, en las ruinas circundantes. Esperando. Observando. Su presencia es un recordatorio constante de que mi tiempo aquí es limitado. Necesito encontrar algo útil, y rápido.
Transmisión recibida: 4/17/2025
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