TRANSMISIÓN 8
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Transmisión 8

Transmisión 008

Fecha: 08.01.2189 Hora: 05:19

La oscuridad aquí abajo es diferente. En los Archivos, era una oscuridad preñada, gorda de susurros y secretos podridos, la presión constante de millones de Ecos atrapados gritando en silencio. Aquí, en las entrañas olvidadas del Nivel Industrial 4-Sigma, la oscuridad se siente... vacía. Muerta. Pero es un vacío tenso, antinatural. Como si la ausencia misma de los Ecos habituales fuera una señal de peligro, una calma forzada que oculta horrores que ni siquiera dejan fantasma. Una tumba silenciosa esperando tragarme.

Avanzo a tientas, mi única guía la suave luz azul pálida de la Brújula de Ecos que la Custodia me dio. Qué ironía. Huyendo de los Ecos que me atormentan, guiado por un artefacto que resuena con ellos. La luz es una isla minúscula en este océano de negrura, apenas suficiente para revelar las paredes metálicas del túnel, rezumantes de una humedad desconocida y fría. El aire es pesado, estancado. Huele a óxido, a agua corrompida estancada durante décadas, y a ese químico acre que raspa la garganta y promete mutaciones lentas y dolorosas. El silencio es casi absoluto, una presión en los oídos. Solo mis botas sobre el metal y el latido errático de mi propio corazón rompen la quietud sepulcral. Todavía no se ha calmado del todo después de la huida, del enfrentamiento con los Silenciadores, del encuentro con esa... cosa en los Archivos, y luego la Custodia. Demasiado. Demasiado rápido.

El Corazón Silente. Ese pilar de obsidiana en la caverna escondida. Fue un respiro. Un instante de silencio artificial en la cacofonía perpetua que es mi maldita existencia como Resonante. Pude pensar, casi. Pero sabía que era temporal. Una ilusión de seguridad en medio del infierno. La Brújula me guió fuera de allí, hacia este túnel, prometiendo una ruta de escape, un escondite. Pero cada paso me aleja más de esa calma prestada, me adentra más en este nivel sellado, este agujero negro en los mapas oficiales de Oakhaven. Territorio desconocido. Territorio peligroso.

"El camino será peligroso", dijo la Custodia con su voz mental resonando como campanas distantes. No bromeaba. Los Silenciadores. Estarán sellando los niveles superiores como ratas ahogándose, tratando de contenerme a mí y al mapa. Los Cultores del Eco Roto. Alertados por la baliza que activé sin querer. Me buscarán. Con fanatismo. Quieren el mapa para desatar su apocalipsis nihilista. Y luego... el Cazador de Ecos. Esa figura de pesadilla, delgada como una aguja, con sus múltiples ojos rojos y sus dedos afilados. ¿Qué has despertado, pequeño archivero? Su pregunta silenciosa todavía resuena en mi mente. Me ha marcado. Lo siento. Siento su presencia como un peso frío en mi espalda, una paranoia constante que convierte cada sombra fugaz, cada chirrido metálico, en una amenaza inminente. Soy una presa. Cazado por múltiples depredadores en un laberinto oscuro y hostil.

Y la carga. El mapa. Doblado bajo mi túnica rasgada, justo sobre mi corazón. Se siente como un tumor helado, una fuente de poder terrible y conocimiento prohibido que me quema la piel incluso a través de la tela. La causa de todo. La llave que me ha condenado a esta huida perpetua. No puedo destruirlo, la Custodia dijo que sería catastrófico. No puedo entregarlo a los Silenciadores, eso significa la recalibración, el olvido. No puedo dejar que los Cultores lo tengan, eso significa el fin de todo. Y los Custodios... ¿puedo confiar en ellos? Su objetivo de "preservar la Señal" es demasiado abstracto, demasiado ajeno. ¿Qué significa realmente? ¿Preservar esta realidad rota a cualquier coste?

Solo queda la opción más aterradora: entenderlo. Usarlo. ¿Yo? ¿Silas, el archivero cobarde? ¿Usar un artefacto que apunta a una prisión cósmica que contiene a un Devorador de Posibilidades? Es una broma cruel. Necesito tiempo. Necesito conocimiento. Necesito recursos que no tengo. Y sobre todo, necesito sobrevivir a la próxima hora, al próximo pasillo.

El túnel empieza a cambiar. Las paredes lisas dan paso a una maraña confusa de tuberías oxidadas que parecen venas endurecidas, cables gruesos que cuelgan como lianas muertas, y los contornos de maquinaria irreconocible, fantasmas de metal cubiertos por el sudario del polvo y la corrosión acumulados durante décadas de abandono. El olor químico se intensifica, volviéndose nauseabundo, mezclado ahora con el hedor dulzón y empalagoso de la descomposición orgánica. Algo murió aquí abajo hace mucho tiempo y nunca fue limpiado. O quizás sigue muriendo. Oigo el goteo lento, pesado, de algún líquido viscoso. ¿Agua contaminada? ¿Refrigerante arcano residual? ¿Los fluidos de alguna criatura desconocida? No quiero saberlo.

La Brújula vibra en mi mano, tirando hacia la derecha. Hacia una abertura en la pared, parcialmente bloqueada por una viga metálica retorcida y dentada. Los restos de una explosión, quizás. O simplemente el colapso lento e inexorable de esta ciudad moribunda. Me agacho, pasando con cuidado bajo la viga, sintiendo el óxido frío rozar mi túnica.

Al otro lado, la oscuridad se abre. Un espacio vasto, cavernoso. La débil luz azul de la Brújula apenas revela los contornos de lo que parece una antigua planta de procesamiento, o quizás una refinería. Tanques enormes, como dioses muertos y olvidados, se alzan hacia una oscuridad insondable. Una red de tuberías como intestinos metálicos los conecta, junto con pasarelas precarias que se pierden en las alturas. El suelo. No es metal. Es... blando. Una capa gruesa de sedimento negruzco, pegajoso, que amortigua mis pasos y se adhiere a mis botas. Huele peor aquí. El aire es espeso, casi masticable.

Y entonces, regresan. Los Ecos.

Pero no como en los Archivos. No la cacofonía de voces individuales, de emociones afiladas. Estos son diferentes. Pesados. Industriales. Repetitivos. El chirrido fantasmal de maquinaria que lleva décadas silenciosa. El silbido de vapor inexistente escapando de tuberías rotas. El murmullo ahogado de órdenes gritadas por capataces cuyos huesos son ahora polvo. Es el Eco del trabajo sin fin, de la rutina aplastante. Y debajo, una corriente subterránea constante, una vibración de baja frecuencia de puro sufrimiento. El Eco de incontables ciclos de trabajo monótono bajo luces parpadeantes. El Eco de accidentes horribles: miembros atrapados en engranajes, caídas desde pasarelas altas, quemaduras químicas. El Eco de la desesperación lenta, corrosiva, de vidas consumidas por la máquina. Es la memoria psíquica de la explotación industrial en su forma más pura, una capa de miseria tan espesa y pegajosa como el sedimento bajo mis pies.

Siento la presión familiar detrás de mis ojos. La jaqueca que nunca se va del todo. Respiro hondo, intentando filtrar el ruido psíquico, intentando concentrarme solo en el tirón de la Brújula. Me guía hacia adelante, serpenteando entre los cadáveres de metal oxidado. Hacia dónde, no lo sé. Solo sé que cada paso me adentra más en el corazón enfermo de la Necrópolis. Y que no estoy solo aquí. Los muertos trabajan conmigo.

Transmisión recibida: 4/17/2025

ID: 8